Es magnífico que se enfrenten Newt Gingrich y Mitt Romney por el liderazgo republicano. Son dos políticos medularmente diferentes: Gingrich es ideólogo. Romney, gerente.
Doy a “ideólogo” una connotación positiva que no tiene en inglés, al menos en EE.UU. Para mí, es alguien con una visión teórica de la sociedad, de la historia y del Estado segregado para resolver conflictos. En el mundo democrático, trata por medios pacíficos de acomodar la realidad a sus presupuestos intelectuales e intenta guiar en la dirección que tiene en la cabeza. Jefferson era ideólogo. John F. Kennedy y Ronald Reagan, con menor calado, también.
El gerente, en cambio, soluciona problemas. Ama el sentido común. No posee ni necesita una visión de la historia ni una mirada profunda sobre los seres humanos. Para los gerentes, gobernar es mejorar la calidad de vida. Franklin Delano Roosevelt era un gerente. George Bush (padre) y Bill Clinton, también.
Hay grandes presidentes norteamericanos ideólogos y otros, excelentes, gerentes. El republicano Teddy Roosevelt fue un extraordinario ideólogo. Grover Cleveland, demócrata, un magnífico gerente hasta la crisis de 1893 .
Tal vez la idoneidad depende del momento. En 1933, cuando los norteamericanos eligen a F. D. Roosevelt, buscaban un gerente para la recesión comenzada en 1929. En 1981, cuando Reagan derrota a Jimmy Carter, el país ha perdido la guerra de Vietnam, los ayatolas iraníes han secuestrado a un puñado de norteamericanos, la inflación ronda el 20% y parece que la URSS está destinada a regir el planeta. Eligen a un ideólogo para que la nación se libere del pesimismo y recupere el liderazgo.
La disputa por el poder estadounidense no es sólo entre ideólogos y gerentes. Hay, al menos, otras dos categorías: héroes y operadores políticos. George Washington, Andrew Jackson, Zachary Taylor y Ulysses S. Grant alcanzaron la presidencia porque fueron guerreros . Ike Eisenhower, general victorioso de la II Guerra Mundial, fue héroe que gobernó con estilo de gerente. Y quedan los operadores políticos. Llegan al poder porque saben manejar gentes y situaciones complejas, sin que prevalezca en ellos un rasgo clave. Generalmente, son maestros de la intriga. Algunos son excelentes presidentes, como Harry S. Truman, y otros fallan, como Richard Nixon. Obama es un notable operador político.
Tal vez el caso más extraordinario fue Abraham Lincoln, un habilísimo operador político al que tocó la Guerra Civil. Se transforma en ideólogo obligado a definir la nación en su momento más amargo, no descuida sus responsabilidades gerenciales y muere como héroe adorado por millones de compatriotas.