No hay dolor ajeno, si sabemos de él y conocemos a quien lo sufre; el corazón parece no poder dar abasto ante tanta noticia de sufrimiento en el mundo: Haití y Afganistán, la miseria de la emigración y la de la naturaleza ultrajada, que se toma venganza.
Cuando en nuestra juventud el sufrimiento por los otros y cierto ideal nos alimentaban, creímos haber alcanzado alguna profundidad, pero lentamente nuestras experiencias y aspiraciones contribuyeron a que aceptáramos la íntima, olvidable sensación de impotencia que nos justifica. Hoy, ante tanto horror, nuestros lamentos resultan frívolos, tristes, pasajeros.
Mientras Putin, de rostro hermético, duro, de antiguo KGB entrenado en la más cínica crueldad, que no tiembla ante decisiones como las de envenenar a los opositores, se regodea ante el fulminante abandono de Afganistán de parte de los EE.UU.; su esbozo de sonrisa maligna muestra el aprovechamiento político del dolor de tantos. ¡Y Xi Jinping ante la coyuntura regalada en bandeja por Biden! Que se me perdone, pero lo compadezco por haber tomado sobre sí lo que habían anunciado, entre otros, Obama y Trump el cual, con sus desplantes infantiloides fue incapaz de cumplir tal ‘capricho’.
Lo menos que se esperaba del prudente Biden era que, antes de tomar tamaña decisión lo pensara dos veces y sintiese otras tantas lo que acontecería cuando el régimen fundamentalista y opresor de los talibanes reconquistara Kabul e iniciara su brutal gobierno teísta. Nosotros asistimos de lejos a la desesperación inagotable de familias, mujeres, hombres, niños amenazados por este régimen primitivo, cruel ¡con el aval de Dios! Se supone que Rusia y China, ya aliados, sustituirán toda presencia positiva occidental en Afganistán, si la hubo alguna vez.
Y Haití, destrozado tras otro terremoto, las inundaciones y la miseria que añade desventura a su paupérrima vida, con apenas apariencia de humanidad. ¿Cómo puede el mundo entero, como puede América, la nuestra, soportar sin dolor la existencia en su seno de un país como Haití, y no solo en momentos en que el terremoto y otro desastre natural lo golpean?: lluvias, vientos, más de 30 000 personas sin hogar… días desoladores; cerca de 3000 muertos bajo la tormenta, se sabe que ya no tienen llanto, tanto la desgracia enseñorea sus vidas.
Y cientos de miles de migrantes, personas como cada uno de nosotros, cercanos, nuestros, que buscan en países que no son los suyos lo que no recibieron en el lugar del que proceden; que evaden guerras, odio, hambres. El Ecuador sufre ahora otra sangría: ecuatorianos sueñan en el sueño americano y todo lo malvenden para pagar el ‘viaje’, pues la patria apenas les ofrece lo indispensable para sobrevivir indignamente.
Y la crisis climática ha obligado a desplazarse a más de treinta millones de seres humanos, es decir, ‘tres veces más desplazamientos internos que la de la violencia o los conflictos’. ¡Y nosotros, con tan ambivalentes sentimientos!