Poco antes de que el Papa arribara a Cuba, un grupo de 13 disidentes buscó refugio en la iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en La Habana. Pero en vez de ser protegidos por la jerarquía católica, ese grupo de personas fue desalojado por la Policía, atendiendo un pedido expreso del cardenal cubano Jaime Ortega.
Una vez capturados, los disidentes –entre los que había un hombre de 82 años de edad– fueron golpeados e interrogados durante cinco horas. Las autoridades cubanas les impusieron un régimen de libertad condicional.
¿Qué crimen cometieron? Tenían la esperanza de quedarse es aquel templo hasta que pudieran ver a Benedicto XVI para entregarle un comunicado y contarle su versión sobre el estado de los derechos humanos en su país.
Cuando el Papa llegó a Cuba siguió obedientemente el guión escrito por las autoridades gubernamentales y no se reunió–ni siquiera un minuto, como pedían– con las Damas de Blanco, un grupo compuesto, en su mayoría, por familiares de los presos políticos cubanos.
Benedicto XVI sí tuvo, en cambio, todo el tiempo del mundo para hablar con Raúl y con Fidel Castro, quien interrogó al Pontífice sobre los cambios que la Iglesia Católica ha hecho en algunos ritos que se practican en las misas…
Mientras estos dos ancianos –Fidel tiene 85 años y el Papa 84– divagaban sobre temas insignificantes, la Policía cubana aprehendía a escritores, críticos del régimen, periodistas independientes y cualquiera que pudiera empañar la fiesta mediática que la dictadura castrista había organizado. (La bloguera Yoani Sánchez dijo que incluso los pordioseros fueron desalojados de la ciudad para mostrar una apariencia más pulcra a tan ilustre visitante).
Muchos cubanos, auténticamente católicos, no pudieron asistir a la misa que Benedicto XVI dio en la Plaza de la Revolución, a causa de su historial disidente. Otros ni siquiera pudieron salir de sus casas porque fueron sometidos a arrestos domiciliarios y se les cortó el servicio telefónico. El Papa no mencionó, ni siquiera de pasada, todo aquello. Hizo un par de discursos, profirió un par de oraciones y se fue de la isla sin pena ni gloria.
¿Por qué fue Benedicto XVI a Cuba? Analistas dijeron que su viaje apuntaba a fortalecer la Iglesia Católica en aquel país que profesa el materialismo dialéctico y el ateísmo militante. No veo de qué manera su presencia pudo haber contribuido a aquello, si durante su visita apenas tuvo contacto con los verdaderos problemas de Cuba.
Tal vez sea que, en el fondo, el castrismo y el pontificado de Benedicto XVI son bastante parecidos: ambos son regímenes escleróticos, caducos, dogmáticos, intolerantes, alérgicos al cambio y de espaldas a los intereses y preocupaciones de la gente común.