Morona es la provincia más pobre. Mega rica en recursos, mega pobre y desatendida. Fui a entrevistarme con mujeres víctimas de violencia. Desembarqué en Sevilla Don Bosco.
Glenda es shuar. Estaba sentada, mirando al suelo con cara absorta cuando llegamos a la sala de la casa comunal. Saludó, sonrió, y agradeció nuestra visita. Pero cuando narró su experiencia su vista se volvió a clavar en el suelo. Parecía hipnotizada, como si en las baldosas ella pudiera ver los hechos que ocurrieron, como si el piso fuera un televisor que recreaba sus vivencias.
El esposo de Glenda jugaba al ecuavolley, pero luego del deporte se iba a beber. Con las puntas se ponía violento. Ella cuenta que se vestía bonita, muy arreglada, para la vuelta de su marido. No por un tema de seducción o por el hecho de amarlo – para nada – sino porque ella se dió cuenta de que cuando estaba más arreglada, él le pegaba menos duro.
Según la ley, ella debería tener acceso a un refugio, huir del sitio de su suplicio no puede equivaler a dormir en la calle. Pero – sin que sea mayor sorpresa – en Sevilla Don Bosco no hay una casa de acogida. Tampoco en Macas. Es más, no hay una sola casa de acogida en toda la provincia. “Y, ¿dónde quería que vaya con mis hijos? ¿A la calle?”
En una ocasión, en un momento de desesperación salió huyendo a buscar una autoridad que la socorra, que frene los puños que le llovían. Llegó donde el teniente político, la autoridad responsable de extender los auxilios indispensables de seguridad. Pero en Sevilla Don Bosco, todos se conocen, y resulta que el teniente ha sido amigo de su marido.
No se extendió la boleta de auxilio – como manda la ley -, no se concedió ninguna medida prevista por ley para protegerla. Esa noche la venganza fue brutal, casi le mata.
Pero agarró coraje, abandonó el hogar y quiso poner un juicio. Fue a Macas a la Defensoría Pública. Institución donde nadie habla shuar. Sus conocimientos del español no fueron suficientes para exponer su caso. Salió sin resultados, se sentó en la acera y lloró.