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La hipérbole del 30-S

Celebrar el 30S como el día que triunfó la democracia resulta un sarcasmo, una ironía mordaz y cruel con que se ofende al país y se maltrata la memoria de los fallecidos. Ya lo espetó con dureza la hermana de Froilán Jiménez. Adolorida e indignada, cuestionó que se pretendiera bailar sobre los muertos, con lo cual obligó a una apresurada reconsideración del libreto oficial. Hoy se habla de “conmemoración u homenaje”, como si el cambio de términos implicara un cambio de fondo.

La primera pregunta que muchos nos hacemos es si tiene sentido celebrar hechos vergonzosos y aciagos. Con estupor escuché en una radioemisora a una asambleísta de Alianza País que justificaba los festejos del 30-S porque igual se lo hacía con el 24 de Mayo y el 10 de Agosto; argumentó que en ambas fechas patrias también hubo muertos.

Desde esta lógica, no alcanzarían los días del año para celebrar tantos cuartelazos y sublevaciones fracasados que pueblan nuestro calendario político. Demás está señalar la desproporción de forma y de fondo de la comparación, y la pobreza del argumento. Preocupa que la instrumentalización política provoque la pérdida de nociones básicas de humanidad y mesura.

La segunda pregunta que toca hacerse es si en realidad ese día triunfó la democracia… o sucedió precisamente lo contrario. A juzgar por los resultados, quedó en pie un formalismo constitucional que se sigue manejando al antojo de los poderes fácticos. Pero a juzgar por los hechos, la democracia sufrió una amarga derrota. La imagen de un Presidente en muletas, asfixiado por una nube de gas lacrimógeno y vejado por una horda de policías enardecidos no puede ser más patética. Es el cuadro de una democracia borrosa, pandillera y renqueante. Además, la solución final por la vía de las armas tampoco constituye un dechado de democracia.

No obstante, el empeño por retocar los hechos persiste. El Gobierno ha cedido la conducción de la política a sus publicistas, con lo cual allana el camino para la hipérbole propagandista; es decir, para la difusión de mensajes que enaltecen de forma desmesurada los acontecimientos, con el único propósito de generar adhesiones. Ni el análisis ni la reflexión caben en este tipo de estrategia. La disputa política trasladada al campo de la virtualidad mediática es la mejor maniobra para alejar la verdad. El Gobierno y sus detractores más acérrimos han decidido ubicarse en los extremos del espectro radioeléctrico, en una especie de alharaca de sordos donde no ganará ni el que más grite ni el que menos oiga.

Únicamente pierde la democracia. Ante la imposibilidad de realizar una investigación seria y exhaustiva de los hechos, el país tendrá que prepararse para un prolongado cruce de demandas, contrademandas y retaliaciones.