Escribí en Facebook, a propósito de uno de tantos juegos decisivos de fútbol: “Sssh. La ciudad está en calma. Alguien ha gritado gol y me doy cuenta: juega México. Anoche dormí una hora y me lastimaba el sol por la mañana. Caminaré con los perros ahora que no hay luz y regresaré a la computadora. La ciudad duerme eufórica, encerrada. Cuando despierte no me encontrará”.
Otro día, ante la posibilidad de un reencuentro amoroso, dije: “Si tengo remedio, quisiera que fuera el que estoy pensando. Si me sonríe la luna, quisiera estar borracho. Otra vez, en voz alta: Si se encuentra un pretexto para repetir un encuentro hay que rechazarlo. Es sacar punta al lápiz otra vez. Pero escribir sobre una hoja virgen de un cuaderno maduro será una primera vez, y siempre mejor que la última”.
Hace tiempo que decidí separar mi personalidad de mi oficio. Lo aprendí de mi padre, periodista. Lo vi serio en su oficina muchas veces, pero cuando nos íbamos de parranda era un tipo alegre y divertido que me enseñó a no menospreciar los oficios menores de una cantina, porque caen en manos de hombres nobles. Los cigarreros son los que te llevarán a un taxi y te quitarán las llaves del carro. Son los que te acompañarán a la puerta de tu casa.
Digo esto porque a veces me da risa cuando ciertos políticos, periodistas y personajes públicos intentan hacer, desde las redes sociales, lo mismo que hacen por otros canales: impostar. Qué bárbaros, qué serios; qué “intensos” se ven en Facebook. Dicho sin ironía: se ven falsos como los comentaristas de fútbol, pero sin su gracia. Son un bisoñé negro en un hombre de 80 años. Me recuerdan los lentes oscuros de los políticos de la revolución del PRI.
Tampoco digo que lo que hago en Facebook lo considere intrascendente y que lo importante sea lo que escribo como “periodista serio”. Es probable que lo que posteamos, pegamos o escribimos en los muros de Facebook sea solo basura pop, célebre durante segundos entre tus amigos.
Mil reportajes míos se han ido al olvido, y qué. Condena de quien escribe: la magia está en lanzar palabras a la nada y esperar nada a cambio. Al final, lo que respetas es la oportunidad de escribir.
La victoria de los bárbaros en la red (la de los “heditores” con hache) puede llenarnos de enojo. Mejor quitémonos el bisoñé azabache, y remanguémonos la camisa. Filtrémonos en sus filas. Espiémoslos. Aprendamos sus trucos. Abandonemos la seriedad como un barco que se hunde. Riámonos, suframos y contémoslo. Así lo hacen ellos. Así, encuerados al sol, fundaron un imperio con la inocencia del que no sabe siquiera defenderlo, del que no entiende para qué y a quién servirá.
El Universal, México, GDA