La Asamblea que culminó su labor en mayo 21 terminó arrastrándose. La confianza ciudadana descendió hasta los infiernos; 3% y bajando. Quienes hacían la excepción no pasaban de un puñado de sensatos políticos. El balance: sequía de leyes trascendentes, fiscalización torcida y poco significativa, cambios de camiseta y alianzas esotéricas, escándalos de corruptelas que incluyeron juicios, grillete, cárcel, huída y escondite.
Un colectivo agotado y signado por el rechazo agonizó lentamente generando dos reacciones, a veces complementarias. La primera, una especie de asco espeso que devino en rabia, impotencia, indiferencia. Y la segunda, una tímida expectativa por la siguiente Asamblea. Se esperaba que los nuevos salvadores llegaran frescos, limpios, con memoria y aprendizajes del pasado. Menos estrechos y con más sentido de país. Y sobre todo decididos a frentear la corrupción metida en sus intestinos…
Un anhelo por enterrar esa viscosa historia de los últimos 10+4 años.
Pero no. Esta vez, tampoco. La Asamblea transitó sus primeros 100 días, de tumbo en tumbo, sin programa ni horizonte. Asambleístas alineándose con oportunismo, posicionando su imagen, escondiendo glosas, calculando. Los apremiantes temas de fondo -exceptuando la vacunación- en el limbo o el enredo: empleo, tributos, inversión, seguridad, tamaño del Estado, petróleo, modelo minero, agro.
Se ha levantado el fantasma de la Consulta Popular, cuyas fronteras son aun borrosas. Deja ver una doble intención: una, destrabar o minimizar las diferencias con la Asamblea (amenazas, chantajes, rechazos, opacidades) para lograr mínima gobernabilidad. Y otra, posicionar la agenda gubernamental que incluye temas legales pero los trasciende: reformas al Iess, partidos, Asamblea, enmiendas… un verdadero programa de desarrollo, hasta ahora disperso, enclenque y sin identidad. Visto desde este ángulo, la Consulta tiene sabor de oportunidad. Con “participación social” se volvería más democrática y comprometedora.
Hasta mientras… las propuestas del Ejecutivo avanzan lentamente por los costados. Sin categoría de grandes políticas ni transformaciones. Reforma universitaria, ajuste de impuestos, venta de activos, subsidios, nutrición infantil, acuerdos internacionales. Hasta mientras… Políticas que levantan el protagonismo del sector privado, colocado hoy en los altares como ente impoluto luego de los fracasos estatales aderezados con corrupción.
Resaltamos tres sellos del conflicto actual de gobernanza. La debilidad de la negociación política de los operadores del Ejecutivo. El legalismo extremo que nos envuelve (hay reformas que no precisan nuevas leyes). Y la ausencia o tibieza de propuestas novedosas. El negocio es estar en contra. Contreras de principio a fin.
Mientras tanto, el país desespera, la miseria crece, la inseguridad se riega, la desconfianza se instala.