A estas alturas del partido la arquitectura constitucional de Montecristi empieza a mostrar sus primeras grietas, sus iniciales desperfectos. El sistema mismo comienza a hacer agua, se puede decir.
La Asamblea Nacional, que se supone debería ser el órgano legislativo, ni legisla ni fiscaliza. Perdón. Corrección. La Asamblea Nacional, que se supone debería ser el órgano legislativo, ni legisla ni fiscaliza, salvo que la Función Ejecutiva disponga lo contrario. Además, a la Asamblea Nacional han regresado con fuerza y vehemencia las viejas prácticas de la vieja política: los limbos jurídicos, las votaciones sospechosas, las aprobaciones rápidas o lentas -según convenga- de legislación. A la Asamblea Nacional, donde se supone radica la verdadera soberanía popular, en razón de su diversidad y de su representatividad, le cuesta ganar su independencia y su autonomía. Le saca canas verdes probar, parece, que ya no es el refugio de las mañas y modos de la antigua partidocracia reciclada. La Asamblea Nacional tiene una labor cuesta arriba de convencernos de que muchos de sus miembros son en verdad deliberantes y no puramente obedientes.
A la hora de fiscalizar en la Asamblea Nacional se forman mayorías móviles y flotantes, se negocian los votos por debajo de la mesa (como antes). Las intenciones de voto de los asambleístas fluctúan, se multiplican las abstenciones, los atrasos a las sesiones y todos los viejos artificios de la más rancia y exquisita partidocracia. ¿Es que en realidad cambió algo? ¿Se filtró la revolución a la Función Legislativa? Dudoso.
La Función Judicial tampoco cuaja. Las semanas que han pasado han sido característicamente dispendiosas en broncas entre el Consejo Nacional de la Judicatura (el órgano de Gobierno y administración de la justicia) y la Corte Nacional de Justicia (que debe resolver las controversias, es decir los juicios). En medio de una transición que ha sido incluso más larga que muchos de los recientes gobiernos, la justicia es hoy día menos independiente que antes y más sujeta a las presiones políticas. Es decir, un retroceso. Es decir, muy poco cambio y mucho ruido.
Al final del día el diseño institucional de la Constitución de Montecristi terminó por sacar los colmillos y por levantar la cabeza. Se convirtió en lo que unos pocos temíamos: un complicado fárrago constitucional con un solo objetivo en mente, fortalecer a la Función Ejecutiva. Así como todos los caminos llevan a Roma, en nuestro caso todos nuestros caminos todavía empedrados llevan a la unilateralidad del poder y al desvanecimiento (y sumisión) de cualquier resquicio de contrapoder, de alternativa crítica.