El calendario avanza y pareciera que nos hemos acostumbrado a la barbaridad que implica una guerra de agresión iniciada en febrero, cuando Rusia -potencia nuclear- invade a su vecina Ucrania, más pequeña en territorio, población, poder de fuego y riqueza económica. Por ello, sorprende la resistencia de los ucranianos, pues transcurridos diez meses siguen de pie.
La guerra nunca debiera ser parte del panorama habitual, porque ella implica perdida y sufrimiento de vidas humanas, repercutiendo siempre en el resto de los habitantes del planeta. Rusia y Ucrania, son grandes productores de oleaginosas y una variedad de cereales por lo que al escasear aumentan sus precios, lo que repercute en la crisis económica mundial.
La esposa del activista bielorruso Ales Bialiatski, uno de los ganadores del Nobel de la Paz 2022, al recoger el premio en nombre de su marido, que se encuentra preso, dijo que “Moscú quiere que Ucrania se convierta en una dictadura dependiente de Rusia como lo es Bielorrusia”. En paralelo, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, informa que hay sistemáticos bombardeos que afectan las instalaciones de energía sumando un problema humanitario, porque el frío es mortal.
Si de la guerra se nos informa poco, menos de otros aspectos vinculados a ella. Por ejemplo, de las minas navales sembradas por Rusia y Ucrania en el mar Negro, lo que obliga a los países costeros más cercanos (Rumania, Bulgaria y Turquía) a desactivarlas para evitar que el abastecimiento de cereales, petróleo y sus derivados se vea aún más perjudicado.
Es frustrante, pero los organismos internacionales han fracasado en el restablecimiento de la paz, como también los lideres espirituales, pues no son oídos. Asi, la historia se repite una, generándose pérdida de muchas vidas humanas, deterioro del medio ambiente y retroceso general para toda la humanidad.