El país apunta al libro de Guinness. 276 partidos y movimientos están habilitados para inscribir candidaturas en las elecciones de marzo.
¿Tendrá esa aparente efervescencia electoral algo que ver con una democracia madura y seria? O, por el contrario, ¿ será un síntoma más del deterioro político al que asistimos? Por cierto, no es algo nuevo, ya esa ebullición viene adquiriendo forma de gigante burbuja de espuma desde hace más de dos décadas, al menos.
Cuando en 1978 los ecuatorianos votamos en el retorno a los gobiernos civiles, se construyó una arquitectura de partidos políticos que estaba destinada a fortalecer, con el tiempo, si no un sistema bipartidista, al menos una concentración en fuerzas nacionales con verdadera representación social, razón de ser, y auténticas definiciones políticas e ideológicas.
Poco tiempo después por presiones políticas e influencias, la Corte Suprema de Justicia echó abajo la norma de depuración partidista que consideraba una cifra de al menos 5 % de los sufragios en dos elecciones consecutivas para la supervivencia.
Y allí comenzó el baile.
La vigencia partidista y el galimatías de inscripciones y re inscripciones de los partidos devino en una reforma. Y el remedio fue peor que la enfermedad. Terminó envenenando al paciente.
Y para colmo de males todo se fue al garete cuando se abrió el expediente para la formación de movimientos y su participación en iguales condiciones que los partidos ( y con más garantías que las organizaciones formales). Para guinda del pastel ‘democrático’, la multiplicaciones de los peces (los panes vienen al hacerse del poder) con los movimientos locales y provinciales.
Nadie en sus cabales podrá pensar que puedan existir en el país 276 corrientes ideológicas. Está claro que esta feria de siglas y movimientos, cada cual con un nombre más rimbombante y una proclama más democrática que el anterior, conspiró para que el sistema partidista fracase, se reafirmen cacicazgos locales y personalismos. Y allí surgieron los caudillos demoledores y antisistema. Lucio reivindicó el fin de los partidos tradicionales y Correa perfeccionó el invento. Se tomó con subterfugios el Tribunal Electoral, dinamitó al Congreso y preparó un modelo perverso de concentración de poder vertical cuyas consecuencias estamos pagando caro.
Hoy asistimos a una reingeniería institucional de complejo labrado y dudosos resultados. Quizá haya que volver a otra Asamblea Constituyente.
El Consejo Electoral transitorio no ha hecho más que cumplir la ley e inscribir a los partidos y movimientos. El resultado será visto en la feria de la alegría: las próximas elecciones, sin la participación de los dueños del explosivo luego de una década de haber usufructuado – en todos los sentidos del término – del poder y aprovechado de los estertores del sistema que destruyeron, todo a nombre del infinito amor, pero en realidad, con infinita maldad.