En su libro “Para que la democracia funcione”, el politólogo de la Universidad de Harvard Robert Putnam señala que el buen funcionamiento y la gobernabilidad de las comunidades humanas requieren de una vigorosa sociedad civil, cuyos miembros, agrupados en clubs, asociaciones, instituciones y fundaciones, trabajan con espíritu constructivo para satisfacer una amplia variedad de intereses y necesidades, colaborando con o complementando la labor de entidades de gobierno.
La vida me ha permitido conocer de cerca a una noble agrupación que es vivo ejemplo de ese vigor en la sociedad civil, la Fundación de Damas Voluntarias del Hospital de Niños Baca Ortiz, un pequeño núcleo de generosas damas que desde hace más de cuarenta años vienen brindando apoyo tanto a los niños que reciben tratamiento médico en ese hospital como a los padres y madres que traen a sus hijos a él desde todos los confines del país, para alojar a quienes la Fundación mantiene un Albergue que se cumplió 10 años hace poco.
La labor de amor que las voluntarias de la Fundación realizan con los niños hospitalizados y sus padres y madres recibe, a su vez, apoyos de muchas generosas fuentes. El Albergue fue construido con fondos donados por el Gobierno de Japón en un terreno entregado en comodato por el Ministerio de Salud Pública. Una pasteurizadora, una empresa fabricante de pañales, una conocida panadería les hacen donaciones semanales de sus productos. Varias empresas, instituciones y personas naturales hacen contribuciones de varios tipos, regulares o esporádicas, y una empresa funeraria también presta su apoyo cuando la triste ocasión lo requiere.
Al saludar a esta noble institución y celebrar su labor, no desconozco la que realizan tantas y tantas otras fundaciones y agrupaciones sociales en el país, y en todo el mundo, buscando aliviar los dolores, las penas y las circunstancias difíciles de millones y millones de personas. Al contrario, tomo a la Fundación de Damas Voluntarias del Hospital de Niños Baca Ortiz como valioso símbolo, y como ejemplo, entre muchísimos, de esa voluntad de servir, de contribuir a la sociedad y de hacer el bien, y expreso mi respeto y agradecimiento a todas las agrupaciones de nuestra sociedad civil que ponen de manifiesto ese gran espíritu.
Hace algunos años, con el obsesivo deseo del entonces gobernante y de su séquito de controlarlo todo, bajo la insensata y perversa idea de que la sociedad civil es “peligrosa”, muchas organizaciones de servicio a la comunidad, nacidas de ella, fueron hostilizadas, estigmatizadas, e impedidas de continuar con sus valiosas labores. Otro importante aspecto del mucho mejor ambiente en el que hoy vivimos en el Ecuador es el hecho que ha terminado esa confrontación del Estado con la sociedad civil.