Lo que enfrenta el nuevo régimen (Ejecutivo y Legislativo) y la sociedad, no es asunto menor, ni es tema que pueda reducirse a los usuales cálculos políticos, a las perspectiva partidistas, a la visiones ideológicas o a las promesas habituales en coyunturas de cambio de gobierno. A todo ello se suma ahora un hecho complejo: las consecuencias de la pandemia sobre la sociedad, el Estado, las ideas y cada una de las personas.
1.- La fuerza mayor extraordinaria.- Lo que tenemos entre manos desde febrero de 2020 es un caso de fuerza mayor extraordinaria, cuyo origen es aún desconocido; es universal, anónima, irresistible e impredecible aún en su duración y en sus consecuencias. Ni la ciencia ni la tecnología tienen respuestas claras. El evento no se circunscribe a una zona, ni corresponde exactamente a las tradicionales definiciones que constan en los tratados y en las normas de derecho civil. Incluye un elemento característico que aumenta su imprevisibilidad y la impotencia para resistirlo: el factor contagio y la capacidad de mutación de virus.
2.- La superación de los códigos sociales de comportamiento.- Las sociedades se basan en códigos de comportamiento que nacen espontáneamente de la vida y que operan en torno de la previsibilidad razonable de los hechos, y se afianzan y sistematizan en los hábitos que corresponde a ellos, en las costumbres que generan, en valores y referentes. Y fundamentalmente, en un grado razonable de confianza. La pandemia rompió esa capacidad de prever, alteró hábitos y derogó costumbres. Rompió la confianza frente al prójimo y transformó los comportamientos comunes, inofensivos, en actos de irresponsabilidad: como acudir a un partido de fútbol a un concierto.
La gente se han visto precisada e inventarse y a generar e imponer otros códigos de comportamiento, a encerrase, desconfiar y prever de modo distinto. A trabajar a distancia, mantener las relaciones por zoom, a renunciar a actividades antes inocuas y acomodarse a circunstancias que se prolongan cada semana, cada mes, cada semestre. Este es un cambio cultural muy importante que, probablemente, persistirá y cambiará a la sociedad, para mejor para peor. Las vacunas son un elemento importante, pero, al parecer, no son la panacea inmediata y definitiva. El camino aún es largo e incierto en todo el mundo, basta mirar a la India y su tragedia.
3.- La superación del derecho.-Por los efectos sociales de la pandemia, por los cambios de comportamiento, la tremenda incidencia en la economía, en el empleo, en la confianza y en la inversión, es evidente que las reglas jurídicas han quedado, en buena medida, superadas, vencidas, en muchos casos. En semejantes condiciones, no es suficiente hacer enmiendas parches, apostar a que no pasarán a más las consecuencia de la crisis sanitaria. Es preciso pensar cómo está quedando el Derecho en cuanto esquema de vida civilizada, cómo están funcionando sus instituciones, cuántos principios, supuestos y procedimientos han quedado derogados por la realidad. Esta consideración atañe a todas las ramas del Derecho. Quizá el más evidente, pero no el único, es el Derecho Laboral. Hay instituciones del Derecho Civil, Comercial, Procesal, incluso Penal, etc. cuya caducidad e inoperancia frente a la nueva realidad, se advierte poco a poco. No se requiere mucha ciencia para ello. Se requiere apertura mental, sensibilidad y buena fe.
4.- De las reglas rígidas a la flexibilidad y la negociación.- Por lo pronto, la experiencia vivida durante la pandemia, ha demostrado la rigidez innecesaria de muchas normas, la inutilidad de innumerables formalidades, “solemnidades”, audiencias y prácticas.
Está demostrando que, frente a la híper regulación que favorece al Estado y a la burocracia, y a la multiplicación de permisos, licencias y toda clase de trámites sin sentido, se hace necesario pensar en reformas estructurales al Derecho, que propicien, como hilo argumental, la flexibilidad, la negociación franca y transparente, el arbitraje y la mediación. Se hace necesario pensar en el fortalecimiento del sistema contractual y en el retorno a conceptos que han perdido vigencia frente a la arremetida estatista y administrativista, como el de la autonomía de la voluntad y la libertad con responsabilidad.
5.- El papel del Estado y la función de la política.- El Estado ha sido “víctima de la pandemia” que ha puesto en evidencia su inutilidad, su estructura paquidérmica, su incapacidad para reaccionar frente a la fuerza mayor, y ha denotado los viejos esquemas que continúan condicionado sus acciones. Salvo los esfuerzos de médicos, enfermeras y personal de servicio, policías y militares, las deficiencias del poder han sido evidentes. La política, inmune a la pandemia durante este largo año, ocupó, cuando convenía, el escenario público y la atención del público, con miras a las elecciones que se hicieron en medio de la emergencia sanitaria, pero siempre bajo las antiguas pautas del interés partidista y las perspectivas de distribución de los espacios de poder.
¿Será posible que con la inauguración del nuevo régimen, las fuerzas políticas piensen más allá de los usuales intereses coyunturales, miren el dramático panorama de la sociedad que lucha entre la pandemia y la crisis económica, piensen en la urgencia y necesidad de hacer reformas profundas, consensuadas, a partir de un diagnóstico de la realidad, de la objetividad, de la superación de ideologías que dividen, del olvido de los rencores y del archivo de las agendas de partidos y caudillos?
El tema plantea a la política un reto enorme para que deje de ser acción para captar y ejercer el poder, y asuma la enorme responsabilidad de entender el momento, cambiar lo que se deba cambiar en beneficio de la comunidad y de las libertades e iniciativas que ahora son más necesarias que nunca.