El deterioro ha sido tan grande, profundo y constante, que me asalta la duda de si podremos salir del hoyo, si será posible restaurar la ética pública y hacer que florezca nuevamente la vergüenza. Tengo dudas de sí, pese a los esfuerzos que se hacen, se podrá poner de moda a la verdad, y enterrar la industria de la mentira en que se ha convertido la política.
Que la vida pública se reduzca ahora a la crónica roja que nos llega cada día con su dosis de escándalos, procesos, espionajes, chascos internacionales, sustos y justificaciones, quiere decir que la República atraviesa una crisis de fondo, que la política no sirve a la gente, que es la herramienta de todos los populismos y el recurso para que cada aspirante a concejal, asambleísta o presidente, haga su carrera y llegue a la “silla”, como decía el hombre común. Porque lo que tenemos es un Estado de propaganda al servicio de cada candidato.
Lo peor es el daño a las instituciones, la liquidación del Estado de Derecho, la agonía del sentido de legalidad. La constitución de Montecristi contribuyó con eficiencia a semejante daño, la personalización de la autoridad hizo lo suyo, la corrupción y el sometimiento hicieron el resto. El telón de fondo fue el griterío, el desplante, el autoritarismo y la falta de respeto. Fueron también la cobardía, la complicidad y el acomodo.
Restaurar el sentido de legalidad, desmontar el esperpento constitucional y la pirámide legal que se construyó a ritmo del sometimiento de la legislatura, tomará años, una generación quizá, y exigirá enormes esfuerzos de la gente honrada, al estilo de Trujillo. Exigirá talento para descubrir cómo los mecanismos de la corrupción están escondidos, como serpiente en nido, en las normas, en las potestades reglamentarias, y agazapados en los poderes de la burocracia.
Ahora sí hay que hablar con propiedad de la “refundación de la República”, porque lo que había -y funcionaba bien o mal- desmontaron sistemáticamente, y lo hicieron entre el aplauso, los cánticos y el culto a la personalidad, mientras la contratación pública se convertía en el agujero negro a donde iban los recursos del país. La tarea de refundación es ardua. Lo legal, lo constitucional, es un mínimo capítulo. Lo sustancial es la restauración de la ética, de la honradez, del sentido de responsabilidad. Es la inauguración de la política como servicio y del poder como encargo transitorio.
Debemos soñar en una nueva República construida sobre la convicción de la gente, sobre la cultura, sobre la legalidad, sobre el respeto y la equidad. Una República donde nunca más veamos el espectáculo penoso que ahora vemos, donde no tengamos la crónica roja que ahora miramos, ni la angustia de saber que el país, nuestro país, es un despojo, y que la decencia, mala palabra.