Seamos francotes. No soñemos con una consulta popular, ni en la peor chuma, ni en un alto vuelo. La popularidad del Presidente es paupérrima y se lo explica facilísimamente.
Lasso -tal vez por ser banquero- pensó que se puede vivir sin el apoyo popular. Llegó a Carondelet con el voto anticorreísta. Y en su gestión ha hecho todo, todo, todo, por respetar los espacios del correísmo.
Entonces, perdió el apoyo anticorreísta, y – por supuesto – jamás tendrá el soporte correísta. Ni lo uno, ni lo otro, ¿qué le queda?
¿Y su propia base? ¿Y los que lo apoyaban? Pues, primero, es un campo bastante reducido (recordemos que en la primera vuelta, quienes lo tenían como primera opción eran solo el 19,74%). Segundo, ya ni siquiera los tiene. En las últimas encuestas su aprobación es del 16,26%. Es decir, Lasso ha sido tan hábil que incluso logró desilusionar a una parte de su apoyo primario. Esto en menos de un año, es una proeza.
Recordemos que en este país una consulta popular es un referéndum sobre la popularidad del Presidente. Entonces Lasso jamás se aventurará a impulsar la consulta. La perdería, quedaría aún más mal parado. A menos, claro, que esté muy mal asesorado … (¡ya! ¡basta! ¡dejen de reír!). Salvo Brown, Verdesoto, Holguín y pocos más, el equipo es muy deficiente.
Entonces, sin consulta, no habrá enmienda ni reforma constitucional; el país tendrá que quedarse con el Consejo de Participación Ciudadana, tal y como está. ¿Y ahora? ¿Dónde nos metemos?
Tengo una propuesta. Utilicemos ese organismo para desmantelar el poder de la Asamblea. Hagámosla trizas. Se lo merece.
Gracias a los teléfonos celulares y al internet, ya no necesitamos que una persona nos represente en los procesos legislativos. Los Asambleístas ya no son imprescindibles. Y, el Cpccs podría paulatinamente establecer programas de voto directo por parte de los ciudadanos. Ir, poco a poco, haciendo que la Asamblea sea innecesaria. Al menos iríamos matando uno de los monstruos.