Hay pueblos que aún viven en el tiempo del fetichismo y la magia. Hay pueblos que se niegan a enfrentar, con racionalidad y rigor, la verdad de los tiempos que corren. Hay quienes creen que la democracia es sentimiento desbordado, ilusión difusa y aplauso. Hay los que se niegan a admitir que los discursos son solo vocerío que se lleva el viento, y que la verdad está en los actos y los hechos. Hay quienes creen que la sociedad y la economía pueden domarse con el látigo de la ideología y el fermento del prejuicio.
El populismo es la expresión política perfecta del fetichismo. El populismo apuesta a la magia. Sus herramientas son la demagogia y la propaganda. El populismo apuesta a fabricar enemigos, ilusionar multitudes y hacer del sentimiento primario la razón de los gobiernos. Confunde las mentiras con la realidad, y fabrica imaginarios donde la felicidad está a la vuelta de la esquina, sin más esfuerzo que el voto, sin más rigor que la asistencia a las marchas, sin más que inscribirse en el movimiento y esperar que llegue…la revolución.
Las izquierdas latinoamericanas –algunas silenciosas hasta que pase la tormenta- han sido hábiles en manipular la magia política, en transformar el populismo en doctrina, en suplantar el carisma de los caudillos con explicaciones seudo científicas, y en instrumentalizar ese instinto suicida que hace que los pueblos sigan a los caudillos como los niños al flautista de Hamelín. Ese instinto, por obra de la gestión de las izquierdas y de los caudillos, se ha transformado en ideología, en fe redentora.
El problema es que la magia nunca ha resuelto nada. El problema es que los fetichismos son solo eso, y que ni el mundo ni la economía se acomodan a sus designios, y que al final, la aventura resulta costosa y trágica; que cuando el discurso se agota y el mago se va, quedan ilusiones perdidas, frustración, quiebras presupuestarias, y sobre todo, la evidencias de la corrupción que carcome las instituciones y arruina la legalidad y la esperanza.
El fetichismo político está liquidando la democracia; la magia ha convertido el voto en una opción irracional, al pueblo en clientela, a la política en propaganda, a la ideología en un sistema para negarse a ver la realidad. El fetichismo ha convertido la historia en un cuento que debe escribirse para uso del caudillo de ocasión.
La verdad cruda y dura es que ni la pobreza, ni la devaluación de las instituciones, ni la corrupción, se remedian con magia y fetichismo. Se remedian con grandes dosis de realismo que hagan de la democracia una pedagogía, que se atreva a decir que lo popular no siempre es bueno, que la economía no puede estar al servicio de los demagogos, y que los poderosos, como el pueblo mismo, tienen límites.