El problema de la polarización es que eclipsa la sensatez; transforma la realidad en una película en blanco y negro sin matices, en que la vida, la política, el futuro del país pueden solo leerse en un libreto maniqueo de buenos y malos, de santos e inmorales.
El problema de la polarización es que absorbe a los actores en una lógica de extremos y los lanza en un vértigo de absurdos en que desaparece todo sentido de proporciones. La semana pasada el bloque oficialista en la Asamblea Nacional fue víctima de su propia estrategia polarizadora. A día seguido, propuso dos resoluciones que solo muestran la absoluta desconexión con la realidad de la que sufre nuestra élite gobernante.
Pretender condenar la protesta asociándola con la violencia o buscar regular los contenidos de las intervenciones en el Pleno de los asambleístas de oposición produce una compasión infinita para quienes en su desesperación por complacer al jefe o aferrarse al poder se arriesgan, sin beneficio de inventario, a quedar marcados por el inri indeleble del ridículo.
Pero ese mismo mal muchas veces aqueja igualmente a la oposición. Y aquí escribo en primera persona. También quienes somos críticos al Régimen desbordamos en exageraciones a la hora de interpretar las acciones y omisiones de nuestros adversarios políticos. Y lo peor, caemos frecuentemente en uno de los defectos más comunes de la interpretación polarizante, que es juzgar los hechos políticos como hechos morales, transformado la política y la ideología en discurso moral.
La dificultad es que cuando la política migra a la religión, incluso en contextos no democráticos y autoritarios como el nuestro, resulta imposible reconocer las discrepancias y acuerdos con el otro y cada parte se siente propietaria absoluta de la verdad.
Así, el discurso de los polos en conflicto tiende a asemejarse como en un espejo y los ciudadanos quedan atrapados en imágenes de la realidad con las que no se identifican. Y cuando aquello ocurre, cuando los ciudadanos tienen ante sí visiones de la realidad que les resultan extrañas, entonces, se distancian y se enajenan de la política. Por ello, a quienes más conviene la polarización es a quienes están en el poder porque son ellos quienes más se benefician de que los ciudadanos se exilien de su propia realidad.
Eso explica por qué la polarización es una efectiva estrategia de supervivencia de regímenes políticos inviables; porque gobernantes como los venezolanos y ecuatorianos no cesan de provocar a sus adversarios para que ellos muerdan el anzuelo; porque la polarización trivializa la política a tal punto que los actores se conforman con chocar por falacias y se despreocupan de lo esencial.
Le sucede justamente hoy al canciller Patiño, quien en vez de ocuparse de la política exterior de nuestro país, ha asumido el desafío histórico de salvar a la revolución llenando en 30 minutos la plaza de la independencia para luchar contra los golpistas. Hermoso reto revolucionario que se resuelve fletando unos cuantos buses o mandando a comprar otras cuantas centenas de sánduches.