En diciembre del 2016 con Medios de Comunicación en Manabí, el entonces Presidente Rafael Correa señaló que las coimas pagadas a Alex Bravo no causaban un perjuicio al país. El 19 de octubre de 2015, en una sabatina en Tulcán, el mismo personaje señaló que “El país no ha perdido un centavo” en la compra de los Dhruv. Todos contentos, la economía no se afectó. Poco importaron los muertos, lo fundamental, que no se haya extraviado un centavo. Así, guaso, el país se fue acostumbrando a la peregrina idea: la corrupción no pasa factura.
¡¿No pasa factura?! Ahora que nos cuenten uno de pepito.
La anterior Secretaria Anticorrupción, Dora Ordóñez, señaló que las pérdidas por corrupción durante el gobierno de Correa están entre USD 30 y 70 mil millones. Estimemos el tamaño de la factura. Si tomamos el monto medio, es decir USD 50 mil millones, y lo dividimos para los 17 millones de ecuatorianos que somos, nos da a USD 2.941,17 por individuo. Si lo estimamos por un hogar de cuatro personas, daría USD 11.764,71. ¿Cómo se lee esto por las personas que ahora están sufriendo por sobrevivir la semana?
Desde el 2007 al 2017 la deuda del Estado pasó de USD 13.872 a 46.536 millones, es decir subió en USD 32.664 millones (justo durante un periodo del boom del precio del petróleo). Es decir, no solo se nos robó de lo que teníamos (que ya siendo un país pobre, es escaso y doloroso), – al menos parcialmente – se nos endeudó para robarnos. El límite de deuda, el que impide que nos financiemos en época de crisis, el que dicta los montos a partir de los cuales el pago se vuelve más y más irrealizable, de 40% de deuda sobre el PIB, se pasó hace más de tres años.
Entonces, la factura de la corrupción se endosa. No lo van a pagar los ladrones. Aquí los que pagan son las víctimas. “Te robaron, ahora saca de tu bolsillo para reponer.” Y se abren algunas formas de pago; obviamente formas de pago cumulativas, el precio de la factura es demasiado alto. Se bajan los estándares de vida mientras vamos pagando. Se apunta con el dedo a nuestros bosques y montañas y se dice “llévenselo, al precio que dé”.
Pero esta no es la factura más terrible. Para nada.
Es la costumbre del robo. ¿Acaso ustedes pensaban que luego de que los funcionarios veían año tras año, como se vaciaban las arcas fiscales, no iban a cambiar su modelo de gestión? Más de diez años de saqueo e impunidad. ¿Y no se iban a formar nuevos hábitos? ¿Y no se iban a enquistar sanguijuelas en el aparato público?
¿Y de qué nos sorprendemos ahora que roban hasta en la pandemia? Esa es nuestra gran factura, un aparato estatal contaminado. Justo ahora que más necesitamos un Estado que funcione y actué contra la pandemia, tenemos uno torcido. Las facturas se pagan, y estoy claro que esta la vamos a pagar caro.