¿Alguien, en serio, se creyó que el reciente escándalo en la ciudad de Quevedo era un tema financiero? ¿Alguien se creyó que eso del 90% semanal era en serio? Ojalá no, porque ese famoso “rendimiento” no era tal, sino una fachada.
Es difícil analizar un tema tan absurdo como este, porque no se sabe por dónde empezar. Son demasiadas las cosas absurdas como para empezar por la peor.
Arranquemos con el memorable 90%, una tasa tan absurda que se presta las más ridículas comparaciones. Por ejemplo, si usted pone un dólar a esa tasa por ocho meses, se convierte en un millón de dólares. Y al año ya supera el PIB mundial. Una tasa así es, sencillamente, insostenible. No puede existir en el mundo real. Nadie puede pagar una tasa tan alta usando el dinero “prestado” para producir algo. El sólo hecho de que se hable de ese porcentaje debería, automáticamente, encender las alarmas de que hay algo más atrás.
Entonces no, no es un tema financiero. La pobre Superintendencia de Bancos tuvo que activarse en el tema, pero el problema central no era la captación ilegal de fondos.
Y tampoco puede ser una estructura Ponzi o una pirámide (que se parecen, pero no son lo mismo). Porque ambos esquemas se basan en usar dinero de los que “entran” para pagar a los que “salen” y para que funcionen, la tasa de crecimiento de los que “entran” tiene que superar al rendimiento ofrecido y es simplemente imposible mantener eso con un rendimiento del 90% semanal.
Entonces no es ni un sistema financiero, ni una pirámide ni un esquema Ponzi.
¿Qué es entonces?
Todo indica que el sistema pagó puntualmente a todos sus acreedores. En otras palabras, el dinero nunca faltó y la única manera de lograr eso es con una constante inyección externa de dinero. O sea, alguien pagaba por el asunto, alguien ponía plata en el proceso. Plata que, además, no iba a recuperar. Pero claro, ahí uno debe preguntarse de dónde sale una persona dispuesta a donar recursos para que esta curiosa estructura funcione cumplidamente.
Nadie regala plata porque sí, y menos aún es esos montos. Por lo tanto, esos regalos tenían algún objetivo adicional y aquí me atrevería a soltar una hipótesis: era para comprar lealtades. En otras palabras, era para ganarse los corazones y el cariño de la gente que recibía los regalos (porque ya establecimos que no eran inversiones, sino excusas para justificar la entrega de dinero).
Parece importante que las autoridades investiguen la parte financiera de captación de fondos, etc, pero parece más importante que trate de establecer de dónde vino el dinero que se usó para pagar. Porque la gente que está en el negocio de “comprar lealtades”, casi siempre lo hace por razones muy poco santas.