La violencia inusitada que vivió el país hace pocos días sacó a la luz lo peor de todos nosotros. Por una parte aparecieron los autores de esos actos, ejecutores y azuzadores que hoy se repliegan y de la forma más cobarde niegan los hechos, reculan y mansean, piden disculpas entre dientes, mascullando resentimientos y nuevos agravios; que buscan a toda costa perdón y olvido, y contraatacan inventando una represión brutal que no existió, pues la brutalidad la pusieron ellos, los que actuaron a nombre y en representación de golpistas y mentalizadores que han vuelto a sus guaridas o que andan en puntillas por los tejados.
Por otro lado estamos los ciudadanos que nos vimos sorprendidos por turbas de garroteros acechando nuestras viviendas, por saqueadores y ladrones asaltando locales comerciales e industrias, por terroristas que incendiaron edificios públicos y destruyeron documentos comprometedores para sus jefes. Muchos pensamos, quizás por primera vez, en reaccionar con violencia ante la amenaza violenta. Muchos piensan en la posibilidad de armarse, mientras otros han desempolvado viejos y herrumbrosos arsenales. Esos doce días de terror y temor de algún modo nos cambiaron a todos, y me temo que no se trata de un cambio para bien.
El futuro aún está cubierto de negros nubarrones cargados de ira, venganza, revanchismo y odio. Las voces serenas, reflexivas, que apuestan por la democracia y por el fortalecimiento de la institucionalidad se encuentran en medio de una refriega entre sublevados de la nueva izquierda reaccionaria y totalitaria y voceadores de la reflotante extrema derecha, síndromes ambos que desnudan viejos afectos por caudillos y dictadores del pasado como Castro y Pinochet, por ejemplo, pero que también revela una novelería casi juvenil por esos personajes siniestros que alcanzaron y ejercieron el poder a sangre y fuego, y que llevan encima la sombra de miles de muertos y desaparecidos.
Los de la vieja guardia de la derecha extrema van sobre seguro detrás del caudillo de su preferencia, que en estas tierras normalmente ha sido representado en un macho latino gritón e insultador, curuchupa por excelencia, de preferencia buen puñete o tirador insigne (en todos los sentidos que se le quiera dar), que no tenga el menor empacho en mandar a la tumba o al exilio a opositores, contradictores y revoltosos pero que apoye la vida desde la concepción incluso en casos de incesto y violación, y, que no sufra e cuando le corresponda ejercer y valerse de todos los poderes en su propio beneficio y en el de sus seguidores.
los dos extremos se odian tanto como se necesitan el uno al otro. De hecho son tan parecidos que resulta difícil distinguir la personalidad y esencia de sus líderes, peor aún sus temibles ejecutorias. Cada uno va por delante con su paladín de moda, y en ambos bandos se echa en falta a los que ya no están, en especial a los que cargan sobre sus hombros los muertos del otro lado.