La salida del Reino Unido de la Unión Europea (el Brexit) ha provocado un alud de comentarios. La mayoría de los análisis se circunscriben a la coyuntura y se agotan en las probables causas y efectos políticos y económicas inmediatos. Algunos aluden al temor de los ingleses a los problemas migratorios: la oleadas de gente de Europa del este. Parecería que tanto la idea de la Unión Europea, como los nacionalismos que brotan como hongos, serían hechos circunscritos al tiempo en que vivimos.
Pero, el tema es más complejo y mucho más antiguo. Tanto la “idea de Europa”, como los nacionalismos y populismos opuestos a ella, trascienden del Brexit, van más allá de los errores de la dirigencia inglesa y de la coyuntura cuya tiranía contribuye a simplificar el análisis. Desde que Europa nació como hecho histórico, como espacio en el cual prosperan, crecen, retroceden y renacen ese conjunto de valores y creencias que se conoce como “Occidente”, la idea ha oscilado entre lo europeo y lo nacional.
Muchas tragedias, y las épocas afortunadas, se explican por un movimiento pendular, histórico, en que han triunfado, a veces, la idea integradora, y otras veces, las particularidades nacionales.
José Ortega y Gasset advertía, en 1929, en la Rebelión de la Masas, la urgente necesidad de organizar “los Estados Unidos de Europa” y un Mercado Común que articule las tendencias integradores del viejo continente. En una conferencia dictada en Berlín, en 1949, señalaba el mismo Ortega que “…la peculiar sociedad que cada una de nuestras naciones es tiene desde el principio dos dimensiones. Por una de ellas vive en la gran sociedad europea constituida por el gran sistema de usos europeos…y en la otra procede comportándose según el repertorio de sus usos particulares. Ahora bien, si contemplamos sinópticamente todo el pasado occidental advertimos que aparece en él un ritmo en el predominio que una de esas dos dimensiones logra sobre la otra”.
La puja periódica, inevitable, entre “europeísmo” y “nacionalismos” pertenece a la historia profunda de Europa, es parte de su modo de ser, y quizá, de su destino. En los tiempos de crisis, prosperan los nacionalismos, se cierran los países y le dan las espaldas, momentáneamente, al destino europeo.
Europa como idea, como creencia, como cultura, y por cierto, sus dimensiones sociales, políticas y económicas será, pese a todo, el inevitable horizonte en el que, con el tiempo, el Brexit se verá, apenas, como un episodio más en esa dinámica de ida y vuelta que, contra cualquier pronóstico, indica que esos pueblos están vivos, y que más allá del euro o de la libra, seguirán marcando la historia.
La idea de Europa seguirá gravitando sobre el mundo. Y también los repliegues e incomprensiones que ella sufra.