Mauricio Burbano A.
La amenaza de un virus microscópico ha puesto en evidencia la fragilidad humana a pesar de los aires de grandeza de los poderes económicos y políticos imperantes. Requerimos una ética del cuidado que nos permita resistir y a la vez dejar el miedo y aislamiento para ir hacia la construcción común de un mundo mejor.
El cuidado empieza por nosotros mismos. Frente al bombardeo de información requerimos no sobreexponernos y más bien aprovechar el confinamiento como una oportunidad de fortalecimiento y crecimiento personal. El auto cuidado nos debe conducir al cuidado del otro cercano, posibilitando renovar lazos de afecto, estima y gratitud.
Además, es necesario no olvidarnos de los más vulnerables de la sociedad: personas en las periferias de las ciudades, ancianos, campesinos, indígenas, migrantes y refugiados que están amenazados no solo por la pandemia, sino por el hambre. Han surgido decenas de iniciativas solidarias promovidas por personas particulares, asociaciones, empresas, universidades, ONGs, iglesias, etc., pero no son suficientes para atender las inmensas necesidades. Se requiere el compromiso decidido del Estado, pero lamentablemente lo que vemos hasta el momento es el desmantelamiento de sectores como la salud y educación con el añadido de actos de corrupción que merman los ya escasos fondos públicos.
La ética del cuidado también implica el respeto a la naturaleza. Según el reconocido científico Thomas Lovejoy la pandemia es producto de la intrusión humana en la naturaleza debido al comercio ilegal de vida silvestre, deforestación, etc. La obligada parada de la locomotora de producción mundial ha traído efectos positivos para el ambiente: aire puro, resurgimiento de especies en vías de extinción, etc. Esto muestra la urgencia de incorporar hábitos de consumo responsable que nos lleven a abandonar un modelo de producción basado en un crecimiento económico ilimitado en un planeta con recursos limitados.
Finalmente, debemos cuidar nuestra “Fuente de Vida” que se manifiesta a partir de las distintas espiritualidades.
Para quienes somos creyentes puede llevar a preguntarnos: ¿Dónde está Dios? La respuesta dependerá de la imagen de Dios que tengamos. Si es una imagen opresora, veremos los hechos como un castigo divino. Conviene examinarnos y purificar nuestras imágenes de Dios.
En el caso de quienes profesamos la fe en Jesucristo, quien se hizo frágil como nosotros por la encarnación, puede ser una ocasión para despertar espiritualmente y ser más conscientes de la corresponsabilidad que tenemos en el “cuidado de la casa común” (como insiste el Papa Francisco) a partir de nuestra finitud.
Así, podremos decir como el jesuita Pedro Arrupe: “Tan cerca de nosotros no había estado el Señor, acaso nunca; ya que nunca habíamos estado tan inseguros”.