Ingresamos en un mes de embobamiento colectivo debido al mundial. Apagaremos la luz a los problemas y los gobernantes vivarachos aprovecharán la circunstancia para, en medio de la bruma y el ensueño, tomar todo tipo de medidas, que en circunstancias normales les sería difícil o conflictivo llevarlas cabo.
Pero hasta que esto llegue a su clímax, tenemos tiempo para mirar no solo la pelota y las jugadas, sino otros temas que nos muestren la otra cara del mundial.
Catar, en relación con otros mundiales, entra con la pata coja. En todo este tiempo han saltado una serie de problemas que desluce a este pequeño pero rico país que, según señalan los expertos compró, sobornó, como muchos otros antes, para ser sede del mundial. El olor a corrupción de la FIFA le da un sabor especial a este espectáculo que más de una vez sirvió para lavar la cara a dictaduras feroces, como la argentina.
Hoy los sorprendentes rascacielos, los esplendorosos y fantásticos hoteles, los hermosos y sofisticados estadios en medio del desierto, comienzan a revelar historias atroces de los que los construyeron, como las de ese 1,7 millón de obreros migrantes esclavizados, a los que les confiscan los pasaportes, les procuran alojamientos carcelarios e insanos, les contratan por sueldos miserables de 300 dólares, que muchas veces no les pagan, les impiden protestar o volver a sus países.
Historias de personas que escapan de sus países pobres para enviar dinero a sus hogares, que son obligados a trabajar hasta 16 horas bajo temperaturas de 30 a 45 grados, por lo que se mueren por miles.
Esta es la otra cara del mundial, pero es la cara real del capitalismo que ahora como antes también sienta su expansión en el esclavismo. Catar es una pequeña muestra de este horror. Sin embargo, hoy existen más de 40 millones de esclavos en el mundo (niños, niñas, mujeres y hombres) enriqueciendo a los mismos esclavistas, la mayoríasentados en Europa y EEUU, que hipócritamente, con su prensa, critican a Catar.