Vale la pena detenerse unos minutos para considerar los sorprendentes relevos políticos ocurridos los últimos días en estos dos países europeos.
El caso español ha sido el más conocido, casi insólito, para los ecuatorianos. De una manera inesperada y rápida (todo sucedió en tres días), el presidente del gobierno Mariano Rajoy, del Partido Popular (conservador), fue censurado, cesado y reemplazado por Pedro Sánchez, máximo dirigente del Partido Socialista Obrero Español; y de inmediato el nuevo gabinete tomó posesión ante el rey.
Por supuesto que no fue un golpe de estado, sino un proceso previsto y regulado por la constitución. Y su explicación es muy sencilla: el gobierno de Rajoy era un gobierno de minoría en el parlamento, que se inició y subsistía gracias al apoyo de otros bloques parlamentarios. En determinado momento (la sentencia del caso Gurtel fue el detonante), un pequeño bloque de cinco diputados decidió votar por la censura y el gobierno cayó. La transición fue muy civilizada; pero el gobierno de Sánchez es más minoritario todavía y su permanencia dependerá de que no se produzca un voto de censura en su contra. Como en política nada está escrito de antemano, tal cosa podría ocurrir.
El caso italiano también es sorprendente: a los tres meses de las elecciones parlamentarias, en la que ningún partido alcanzó la mayoría necesaria, recién pudo constituirse un gobierno, con un primer ministro desconocido y apolítico. Esto fue posible gracias al acuerdo al que llegaron, luego de largas tratativas, el Movimiento 5 Estrellas (populismo de izquierda) y la Liga Norte (ultraderecha, xenófoba y antieuropeísta), lo que evitó ir nuevamente a un proceso electoral, en el que, al parecer, se habrían obtenido idénticos resultados. Nadie se aventura a pronosticar cuánto tiempo podrá durar este gobierno.
Obviamente las alternativas de estos dos casos se explican porque los dos países tienen un régimen político parlamentario y la subsistencia del gobierno (días, meses o años) depende del apoyo que tengan en el respectivo parlamento. Muy distinto por supuesto del sistema presidencialista que mantenemos en el Ecuador y, en general, en los países latinoamericanos, en el cual los gobiernos duran un período fijo y no dependen de las mayorías parlamentarias.
¿Por qué estas observaciones, ajenas a la experiencia, a la historia de nuestro país? Primero para evitar la posible tentación de importar el modelo parlamentario que, aun en países de sólidas instituciones, da lugar a episodios tan singulares como los descritos; pero también para advertir que el ejercicio de la democracia, en cualesquier sistema, es de especial complejidad, propicio por tanto a transiciones inesperadas. Por eso sus protagonistas deben estar muy atentos, contar con altas dosis de sensibilidad, espíritu práctico, imaginación, fe. Salvar la esencia de la democracia, la expresión popular, debe ser en primera y última instancia el objetivo del político.