En estos días en los que la deuda del Estado ocupa titulares y activa debates, vale la pena analizar qué tan conveniente es endeudarse.
Para empezar basta hacer una simple pregunta : ¿por qué se endeuda la gente? Hay familias que lo hacen para adquirir un inmueble y, de alguna manera, levantar un patrimonio que perdure en el tiempo. Otras lo hacen para pagar los estudios de los hijos, pensando en su futuro. También están las que lo hacen para comprar un vehículo, para viajar o para darse un gusto cualquiera.
En el caso de las empresas, un crédito sirve, por norma, para hacer crecer el negocio. Esto puede implicar la compra de maquinaria, capacitación al personal, inversión en tecnología y un largo etcétera.
El gran problema es no medir o no tener clara la capacidad de cumplir con los pagos. Si la deuda es por 100, 1 000 o un millón de dólares hay que tener la certeza de que se va a poder pagar esa cifra en los plazos y condiciones establecidos. De lo contrario la deuda quedará impaga, la imagen de la persona o la empresa terminará manchada y, lo más grave, es que para pagar se asuma nueva deuda. Así es fácil entrar en una espiral de problemas financieros.
En este punto la clave es reconocer hasta dónde es posible que una familia se endeude. Lo recomendable es no tener deudas que superen el 35% o 40% de los ingresos mensuales familiares. En el caso del Estado ecuatoriano, el límite permitido es que la deuda no supere el 40% del PIB. El problema es que ese techo se ha manipulado.
Imaginemos qué pasaría si en nuestras casas o empresas se falsean las cifras: más temprano que tarde se conocerá el engaño de las cifras, con consecuencias devastadoras.
En el caso del país, el ‘pequeño’ agravante es que los efectos de una deuda que crece y es poco clara son gigantes y golpean a todos, familias y empresas incluidas.
Entenderlo no es difícil. Tenemos que saber por qué y para qué nos endeudamos. Es un asunto de sentido común.