Columnista invitado
Preciosa expresión de esta cultura mestiza que nos atraviesa de los pies a la razón y a las emociones. Alude a “eso” que hacemos muchas veces para enfrentar a una situación o problema que demanda nuestra atención. Rasguñando apenas. Sin atravesar la superficie. Por temor, por costumbre, para no desagradar, por comodidad. Que el fondo quede ahí, mejor tapado y desconocido, que expuesto. “Mejor es no menearlo” como dice el dicho. Es de masoquistas eso de abrir más las heridas.
Esta práctica del encimita no es privilegio de ningún personaje ni exclusiva de un tipo de temas o problemas o sector. Aquí van tres casos como ilustración.
Caso 1. En la política. Diagnósticos y análisis que se caen por flojos. Sin evidencias ni pruebas. Un crimen de estado, el balance de la realidad económica, la explicación de un accidente, una rendición oficial de cuentas. Mucho humo. Escaso condumio. Encimita.
Caso 2. En la justicia. Promesas de investigar hasta las últimas consecuencias. Realidades que no pasan de la espuma. Abusos sexuales a niños, corrupciones a granel, diezmos laicos. Como el médico del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social que destina 12 minutos para diagnosticar a un paciente. Encimita.
Caso 3. En la educación. Listado enorme de temas que debe enseñar un docente. Como para picotear algo de cada uno. No hay tiempo para responder a los intereses de los estudiantes. Tampoco para considerar la sensibilidad de muchos temas. La presión triunfa. Pedacitos de historia, vuelos por la sexualidad, tips sobre el agro, ideas fuerza sobre naturaleza, un par de láminas sobre geografía. Todo encimita. Aún a pesar que la tendencia avanza hacia la priorización-con-profundidad y hacia los currículos no enciclopedistas. Hacia calidad en lugar de cantidad.
Hacer todo encimita, y en especial las grandes decisiones, no es casual. Se trata de un sello cultural, y como tal hunde sus raíces en el tiempo y tiene muchos autores anónimos. No sabemos desde cuándo y por qué se nos incrustó esta actitud timorata de no mirar debajo de la alfombra, detrás de los escenarios, en la base del iceberg, en la cara oculta de la luna. Seguro que habrá beneficiarios y defensores de la superficialidad. Las visiones epidérmicas corren el riesgo de naturalizarse por los siglos de los siglos.
Suenan oportunos al menos dos esfuerzos por avanzar en medio de esta humareda. Para el caso de la educación y su currículo desproporcionado, la imprescindible necesidad de priorizar y adaptar a las condiciones. Dos adverbios sencillos de conjugar pero muy complejos de aplicar. “Menos es más” se posiciona como fórmula interesante.
Y como segundo esfuerzo, el cultivo de pensamiento crítico, que se enseña y se aprende. Desde los primeros años. Tal vez con ellos y desde ellos -los niños y jóvenes- se pueda romper el enmohecido candado que impide acceder a lo profundo, al corazón de los hechos. Allá donde las papas queman.