Uno de los ideólogos del Gobierno dijo, hace poco, que los matrimonios entre ricos tienden a aumentar la inequidad en la distribución de la riqueza. Citó, en su apoyo, una obra recientemente publicada en Nueva York. Con idéntica lógica puede decirse que los matrimonios entre pobres aumentan la inequidad y la pobreza.
En su significación más simplista, esta alegre tesis reconoce un hecho matemático: la suma de las riquezas de dos personas es mayor que la de cada una de ellas. Pero, enunciada en el contexto de la ideología del Gobierno, resulta menos divertida.
El Gobierno propugna la intervención del Estado en todos los ámbitos de la vida pública y privada. ¿Recuerdan el intento fallido de aprobar un Código sobre los Ciclos de Vida? Cabe, entonces, preguntar si la tesis lanzada al aire con una aparente ingenuidad académica, no es el anuncio de la voluntad de legislar sobre los matrimonios entre ricos y entre pobres. Si estos enlaces fomentan la inequidad, es obvio que hay que luchar contra esa causa de tan inaceptable fenómeno social.
Los matrimonios generalmente se producen entre personas que se frecuentan por afinidades. Es más probable que un ecuatoriano se case con una ecuatoriana que con una belga, un quiteño con una quiteña, el habitante de un barrio con una persona del mismo barrio. Las afinidades selectivas juegan también un papel importante.
Si una joven vive en un medio cultural determinado, allí buscará a su pareja.
Para combatir la inequidad que tales hechos fomentarían, el Gobierno podría regular el matrimonio entre personas ricas. Comenzaría definiendo lo que es riqueza y señalando cupos máximos y mínimos. Toda pareja que desee casarse debería obtener la aprobación previa del Ministerio de la Felicidad y Equidad Conyugales. El matrimonio entre ricos estaría prohibido, pero podría autorizarse si una de las partes renuncia a su riqueza. Estos bienes pasarían a alimentar un “fondito” para financiar a las parejas de pobres que, al casarse, se convertirían en multiplicadores de la pobreza. De esta manera se fomentaría el matrimonio de un rico con una devenida pobre y de un pobre con una devenida rica.
Pronto el amor se convertiría en una forma de lucha contra las desigualdades y el corazón solo latiría ardiente dentro de la revolución. Pero aún así, quienes de Alianza País se hubieren transformado en ricos dudarían si casarse entre ellos para proteger su riqueza o respetar su ideología y buscar a un cónyuge pobre en las demás tiendas políticas. Y como los ricos también lloran (“Ay Pame”), llorarían de ternura viendo sumidos en la desesperanza a incasables enamorados pobres a los que se les explicaría que el “fondito” creado para que puedan casarse con ricos, ha pasado a alimentar el presupuesto del Ministerio de la Felicidad y Equidad Conyugales.
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