Cuando el 28 de mayo se inició la nueva fase de reactivación del volcán, que da sustos desde hace una década, volvieron a encenderse las alertas y a desplegarse las medidas de prevención.
La Mama Tungurahua volvió a rugir y los habitantes de las poblaciones aledañas emprendieron sus peregrinaciones, aquellas que les recordaron momentos difíciles. Miedo, zozobra, pérdidas de su producción agropecuaria, la inestabilidad de vivir en albergues temporales, y sobre todo, incertidumbre. Esos fantasmas se volvieron a aparecer en las nubladas noches en las faldas del volcán, que despertó de súbito.
Hace poco, cuando las tragedias de Haití y Chile suscitaron preguntas sobre los procesos de prevención, el Presidente se adelantó a decir que no estábamos preparados. Hoy, a pocos meses, esa actitud va cambiando paulatinamente. Aunque las autoridades especializadas saben que una verdadera cultura de prevención y educación, y mucho menos la obra física, no se construye de la noche a la mañana.
Ecuador es tierra de volcanes. Las erupciones, los movimientos telúricos y aun las inundaciones por el desbordamiento de los ríos y los aguaceros son constantes. Esa conciencia debe juntar a toda la sociedad con las autoridades a la cabeza -cuanto más técnicas y menos políticas, mejor -.
No se trata de escándalo, como muchas veces se pretende endosar a los medios de comunicación. No. Se trata de un manejo responsable y serio de la información.
Se podrían establecer planes de contingencia para tener horarios de clase móviles en las áreas de mayores riesgos, sin que se afecte a los programas educativos. Otra idea: tener seguros contra desastres por áreas vulnerables para evitar los altos costos de una catástrofe natural.