Desde el 23 de enero, Venezuela vive en una extraña coyuntura con dos presidentes y un caos político.
La crisis, que se originó en la autoproclamada revolución bolivariana, tiene sus orígenes en el liderazgo caudillista de Hugo Chávez, que gobernó con mano dura y con su modelo excluyente y nominó a su heredero político antes de morir.
Venezuela ha vivido durante dos décadas los desafueros del autoritarismo y la falta de libertades, exacerbados por la persecución y el encarcelamiento de varios líderes políticos de oposición, la fuerte represión policial y militar a los manifestantes y un escenario que tiene como telón de fondo unos medios de comunicación tomados por el aparato chavista o debilitados por las arbitrariedades del Régimen.
Esto en cuanto a una institucionalidad desvencijada y copada por un modelo verticalista y corrupto, responsable del drama que ha expulsado a más de 3 millones de venezolanos por hambre, pobreza, falta de trabajo y falta de libertades.
Juan Guaidó fue designado como presidente de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, el 5 de enero. La confrontación con la Asamblea Constituyente, dominada por el chavismo, llevó a que la posesión de Nicolás Maduro se hiciera ante el Tribunal de Justicia que el Régimen domina. Esto fue producto del rechazo a su legitimidad, ya que las elecciones de mayo no tuvieron una concurrencia masiva y fueron producto de un nuevo manipuleo.
Así, Juan Guaidó se autoproclamó Presidente y su interinazgo lo reconocen varios países del mundo.
El trasfondo de Estados Unidos que lo reconoce, y Rusia y China que sostienen a Maduro, pinta un frágil panorama. Ayer llegó la ayuda humanitaria enviada por Estados Unidos a la frontera. Maduro dice que no la necesita y bloquea el puente de Cúcuta, zona de varias tensiones y dramas humanitarios lacerantes.
En Montevideo, varios países -incluido el Ecuador, que reconoció al Embajador de Guaidó- abogan por elecciones libres como la salida a una crisis que ha ido muy lejos.