La batalla se ha concentrado en lo que la sociedad cree que son puntos estratégicos para frenar al coronavirus: los planes de vacunación y la reactivación económica. Pero una guerra se libra silenciosamente en otras trincheras. La pandemia está atacando a la salud mental de los niños, adolescentes y jóvenes y posiblemente no se ha puesto la atención necesaria para enfrentar este efecto de dos años de confinamientos, restricciones y -en definitiva- cambios sociales.
Este Diario reportó -por ejemplo- cómo en Cuenca aumentaron seis problemas de salud mental durante la pandemia en los universitarios. Se identificaron más casos de depresión, ansiedad, estrés postraumático, trastornos de alimentación, de sueño y consumo de alcohol. Estas alertas no están alejadas de la realidad general de los infantes y adolescentes a escala global. En octubre de 2021 la Unicef divulgó que antes de la pandemia, “más de uno de cada siete niños y adolescentes de entre 10 y 19 años en el mundo padecía algún trastorno mental diagnosticado y
46 000 se suicidaban anualmente, una situación que se ha agravado con la emergencia sanitaria”, sostiene el estudio.
El ejemplo de lo que ocurre en la capital azuaya es muy probable que ocurra en otra universidad del país o en cualquier otro centro educativo. Según el reporte de este Diario, las universidades Católica de Cuenca pasó de atender un promedio de 85 pacientes por ciclo a 150, de entre 18 y 25 años de edad. La de Cuenca, 140; y la de Azuay, unos 80 por mes; es decir triplicaron su atención. La situación internacional va por la misma línea. Una encuesta de Unicef y Gallup en 21 países muestra que uno de cada cinco jóvenes, de entre 15 y 24 años, aseguró que a menudo se siente deprimido o tiene poco interés en hacer cosas.
La falta de preparación para enfrentar la adversidad, la situación económica y la interrupción en sus actividades pueden ser algunas de las causas que han generado sus afectaciones. A ello se suma que la sociedad no está preparada para responder a sus inquietudes. Las redes sociales, además, no son fuente de respuestas que ayuden. Todos deberíamos aprender para ayudar.