LOS PODERES PERPETUOS
El extender más allá de límites razonables los mandatos presidenciales parece una enfermedad que contagia no solo a dictaduras disfrazadas de revolución y poder popular sino a democracias estables.
El mapamundi está cargado de sistemas de gobierno que buscan perpetuarse. Un puñado de monarquías y autocracias es admitido en distintos países. Otros sistemas de partido único que llegaron al poder por las armas -una revolución clásica- y que se acomodaron a su ejercicio dominan unos pocos estados del orbe.
Otros gobiernos se cubren de ropaje democrático. Hacen elecciones ficticias o amañadas, aluden a la democracia directa para “legitimarse” con plebiscitos incesantes o aprueban reelecciones indefinidas. Condenan así la saludable alternancia que permite que distintas tendencias del espectro político se sucedan, dando opción a los ciudadanos a contrastar estilos y propuestas y a hacer comparaciones y, sobre todo, a elegir libremente.
Esto funciona con mayor transparencia en el mundo civilizado. Allá donde la historia dejó lecciones que las sociedades maduras no quieren repetir y los experimentos son cosa del pasado.
En Egipto, el caso del presidente Mubarak, recientemente derrocado por una revuelta popular, es ilustrativo. Fue el tercero de una zaga de militares. Se mantuvo 30 años con ficciones electorales y reelecciones sucesivas y con el apoyo de EE.UU. para sostener el equilibrio geopolítico regional.
En nuestro continente, Cuba es gobernada desde 1959 por una revolución. Hugo Chávez ya lleva 12 años sin alternancia y Álvaro Uribe se tentó del tercer mandato.
En democracia es mejor el ejercicio alternado del poder sobre caudillismos y proyectos perpetuos que siempre conllevan corrupción, abuso del poder, autoritarismo.