El que fue considerado un programa insignia de la revolución ciudadana, el plan de cocinas de inducción, pierde fuelle.
Pese a los discursos y a la millonaria propaganda que llevó a cabo el anterior Gobierno, especialmente promovida por el exvicepresidente -hoy condenado en primera instancia por la justicia-, los programas para el uso de las cocinas de inducción eléctrica no cuajaron del todo ni a la velocidad esperada.
La venta de cocinas de inducción tomó el brío de una ‘política de Estado’ con el argumento de la abundancia de generación de energía, en función de las plantas hidroeléctricas que se construían con altos costos y sobre la base de un fuerte endeudamiento.
El gas licuado de petróleo -con un alto subsidio- genera fuga de dólares, ya que la mayoría se importa. En esa medida, el plan parecía una buena idea. Para implantar el programa se prometió bajar las tarifas de consumo a los hogares y estimular a varios empresarios para que su capacidad instalada se vuelque hacia las cocinas de inducción.
El primer contratiempo surgió con la importación de cocinas chinas, que dejaron fuera de base a varias industrias locales, cuyos precios no podían competir con los del gigante asiático.
Ahora, según publicó EL COMERCIO en su edición de ayer, las cocinas a gas recobran importancia en sus ventas y el programa pierde vuelo. La importación de gas licuado de petróleo, el año pasado, creció el 7%. Otra historia fallida de la revolución ciudadana.