La movilización realizada en Guayaquil ayer convocó a cientos de miles de ciudadanos que llegaron a la avenida 9 de Octubre a expresar su respaldo al Alcalde y su rechazo a ciertas actitudes del Gobierno Nacional.
A diferencia de la marcha realizada en 2008, esta vez quedó claro que el país vive un escenario político y social distinto al de aquella ocasión, pues, aparentemente, el Régimen ya no cuenta con un claro respaldo mayoritario de los ecuatorianos y cada día son más visibles las fisuras en la hasta hace poco sólida estructura del poder político gobernante.
Eso no significa que el alcalde Jaime Nebot empiece a recuperar cierto liderazgo nacional que alguna vez tuvo: por el contrario, con el paso de los meses es más evidente que su figura convoca masivamente en la ciudad a la que lidera, pero no a otras importantes regiones del país.
No obstante, esas puntualizaciones, y lejos de las conocidas evaluaciones en las cuales para el Gobierno la marcha habrá sido un fracaso y para los organizadores un éxito, lo que al país debe preocuparle es que las diferencias entre el líder nacional y el líder local se van radicalizando y el diálogo entre los dos se vuelve cada vez más improbable.
Si los dirigentes de una nación son incapaces de tolerar posiciones distintas y debatir en un marco de respeto ideológico y apertura mental, quien corre el mayor riesgo de dividirse es esa misma nación.
En ese contexto, el viaje del Primer Mandatario a Cuba justo cuando en Guayaquil se iniciaba la marcha, puede ser malinterpretado tanto por simpatizantes como por detractores del Jefe de Estado y agudizar, de manera peligrosa, la división entre los ecuatorianos.