Decía el filósofo alemán Werner Jaeger que “todo pueblo que alcanza un cierto grado de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la educación”. Así como él, todos coinciden -algunos más de palabra que de acción- en que es la herramienta fundamental para salir de la pobreza, encontrar algún grado de prosperidad no solamente para ciertos individuos, sino para la colectividad.
La pandemia ha supuesto un retroceso del que va a costar mucho tiempo recuperarse. Era algo previsible. La soledad y el distanciamiento son opciones de muy pocos individuos que son, pues, la excepción a la regla; en general, somos animales gregarios. Y la educación vía telemática si bien era necesaria ante la crisis sanitaria, no puede -y seguramente no podrá- suplir las ventajas que ofrece la presencialidad plena. Ya las aulas estarán totalmente ocupadas desde el 14 de marzo en la Sierra y Amazonía, y desde mayo en todo el país. Esto implicará mayores retos, no solamente biosanitarios sino fundamentalmente pedagógicos.
Las pruebas de diagnóstico serán importantes para conocer con mayor precisión dónde está el estudiante en su proceso evolutivo del aprendizaje, para saber por dónde arrancar para resolver las deficiencias. Será también importante medir y analizar los resultados de los jóvenes que rendirán el examen Transformar, que sirve para el ingreso a las universidades del país. En este caso, los análisis no debieran realizarse solamente en función de los cupos disponibles, sino también como vara que nos permita medir dónde están los vacíos de una generación que terminó sus estudios en los años de la pandemia del covid-19.
No deja de ser algo alentador que se retomen las clases presenciales, si la caída de casos se da como se proyecta. La inmensa mayoría requiere mirar los ojos de los demás, palpar su corporeidad, escuchar sus voces sin la intermediación de un dispositivo electrónico. Si ha sido admirable la tecnología, esta no ha podido arrebatar la imperiosa necesidad de estar en comunidad, de cimentar la amistad y tratar de alcanzar un cierto grado de desarrollo con más libros, más cultura y más educación.