Es una costumbre en la que se ha abundado casi sin límites. Llega cada elección y vienen al país centenas de observadores. Hay misiones importantes, delicadas, trascendentes, pero las más se limitan a tomar nota y elaborar informes que suelen ser extemporáneos. El caso de los comisionados de la OEA y Unasur retrata la calidad de algunas de estas delegaciones, pero es muy importante mirar más allá del mero acto de depositar el voto en la urna.
El problema fundamental de esta campaña no está en el trámite del propio proceso que los candidatos emprendieron el 4 de enero. No. Se trata de mirar los antecedentes: el poder autoritario, la concentración del poder, un aparato de campaña sistemática y millonaria de propaganda oficial, el bloqueo, con alguna excepción, de espacios en los medios gubernamentales que operan con dineros públicos para quienes disientan o critiquen al Régimen.
Si a ello sumamos las trabas para la inscripción de partidos en la verificación de supuestas firmas falsas y los abusos de espacio para minar la imagen de opositores, y los tiempos asignados en la cobertura de los medios de Gobierno, todo puede conducir a un resultado imperfecto.
Es una lástima que no acuda la Unión Europea, ya que la voz oficial desestimó la calidad de su democracia mientras dio paso a observadores de África y de la Liga Árabe, cuya cultura democrática está en cuestión o es al menos incipiente.