En 1929, cuando aún se encontraba desempeñando su primera misión consular en El Havre, Benjamín Carrión publicó su segundo libro, que fue una novela: ‘El desencanto de Miguel García’. Un año antes había publicado el primero, que fue una colección de ensayos llenos de optimismo; como para hacer un contraste, la novela estuvo marcada por el mismo desencanto que se anuncia en su título.
Se trata de una historia previsible: Miguel García, un joven que se entrega a los estudios de derecho con la misma pasión con que inicia su militancia política en la izquierda, es como el retrato ideal del ciudadano lleno de voluntad por construir una nueva sociedad. “Había que comprometerse, francamente, a cerrar cada día más el bloque de la juventud contra las sinvergüencerías y los abusos de los políticos y la politiquería. Había que renovar los sistemas, purificar las costumbres, despertar la conciencia del pueblo…”.
Su amigo íntimo, cuyo viaje a Francia se presenta como uno de los hilos conductores de la historia, es hijo de un notable dirigente de la misma tendencia, y es admirado en forma incondicional por García, que ve en él no solamente un verdadero “salvador” del país, sino además un ejemplo intachable de rectitud, convicción y valentía. Y es precisamente ese notable dirigente, el doctor Enríquez, quien llega a la presidencia en uno de esos vuelcos de la política que fueron tan frecuentes en el Ecuador de la primera mitad del siglo XX.
García, conocido y apreciado por el nuevo mandatario, es nombrado para desempeñarse como su secretario particular, y como tal se encuentra en un lugar privilegiado no solamente para conocer todos los entretelones del poder, sino también para esforzarse por la realización de sus nobles ideales de cambio, renovación y justicia.
Los acontecimientos, sin embargo, no van por la ruta que García suponía y esperaba. El doctor Enríquez empieza a alejarse de lo que había sido su prédica permanente a la juventud, y lleva a cabo acciones que contradicen su reiterada convicción revolucionaria. Por fin, arremete con todo el vigor de la fuerza pública contra los grupos y organizaciones que después de haberle apoyado se han convertido en sus adversarios. Prisiones, destierros, maltratos: todos los abusos de los gobiernos despóticos son cometidos contra aquellos grupos. Miguel García, desencantado, renuncia a su cargo: no puede estar en el mismo gobierno que ha engañado al país y le ha engañado a él mismo.
Paso por alto las historias secundarias que aderezan la evolución de Miguel García. Quiero decir solamente que en su historia, Carrión dejó expresado su propio y temprano desencanto (ese mismo desencanto que se leerá en su último libro) y dejó escrito, ya en 1929, el libreto que todavía hoy parece guiar el desarrollo de esta novelita por entregas que es ahora nuestra devaluada política. Y me pregunto: ¿cuántos ecuatorianos se sentirán hoy representados en Miguel García?