Los últimos Juegos Olímpicos imprimieron una diferencia notable con los anteriores. Nos preguntamos ¿hasta dónde vamos a llegar?
No solo por las marcas logradas, por la técnica depurada, por las proezas de los atletas; fuimos sorprendidos por la inimaginable capacidad organizativa y muchos otros aspectos; entre varios, por las refinadas inventivas de difusión y transmisión, a través de los medios, con fotografías de altísima definición, con la aplicación HD en las pantallas LED (disculpas por el uso de anglicismos) matizadas con esmero y arte, permitiéndonos sentir el agua de las piscinas, la grama de las canchas y, muy cercano, hasta el jadeo de los competidores.
La revista Forbes, especializada en economía y finanzas, dice que la organización de las Olimpiadas de Londres 2012 demandó una inversión aproximada de USD 15 000 millones, monto que siendo inmenso, fue menor a las Olimpiadas de Beijing 2008 cuyo gasto fue de USD 44 000 millones.
Nos abrumó tanta magnificencia y sofisticación, se evidenció el poderío que han alcanzado otras naciones, penosamente, en medio de las graves crisis económicas y sociales de sus coterráneos.
Sin embargo, de tan admirable montaje nos deja un sabor agridulce por otros temas que, aunque parezcan de simple detalle, resultan de mordaz incongruencia: mientras Michael Phelps defiende sus medallas de oro y su gloria, en términos millonarios, frente a los patrocinadores de las Olimpiadas que amenazan con arrebatárselas, muere ahogada en el mar, a sus 21 años, la afamada corredora somalí Samia Yusuf Omar, de precaria condición económica, cuando naufragó la barca donde pretendía llegar a las costas de Italia, junto a otros migrantes, en el anhelo de prosperar en su habilidad deportiva; contrasta con que a nuestro héroe, Álex Quiñónez, debieron obsequiarle, casi por obra de caridad, zapatos adecuados, unos momentos antes de su competencia, para enfrentar a otros gigantes del atletismo.
Sentimos que se aleja aquello de ‘mens sana in corpore sano’ que preconizaron antiguas culturas y que se arrasa con el ideal de los originales juegos en Olimpia, en el siglo VIII a.C.
Las lides atléticas del 2012 develaron, aún más, una cruda y lastimera realidad, que ahonda diferencias en el desarrollo de los pueblos de la Tierra.
Se pone en duda la verdadera y noble competencia al enfrentar adversarios con abismales diferencias en sus condiciones físicas y culturales.
¿Se podrá recuperar lo que buscó la Grecia antigua?: “el hombre de bien, el gentil hombre, no es solo el hombre culto y bondadoso, sino el que une, a sus virtudes morales, la belleza y la salud física, en la búsqueda de su perfección”.