El pasado mes de septiembre, en Asís, el Papa Francisco apadrinó la primera cumbre de jóvenes economistas católicos a fin de dar un vuelco al capitalismo radical y ofrecer un horizonte de esperanza, humano y humanizador, a nuestro mundo devorado por el poder del dinero. El encuentro, en el que participaron más de mil jóvenes de 120 países, fue un auténtico laboratorio de ideas, proyectos y alianzas a favor de una economía diversa, que ayude a vivir y no solo a consumir, que incluya y no excluya, que cuide la creación y no la destruya. Una economía que dé oportunidades a los pobres y no los convierta en eternos mendicantes.
A la rica comunicación de experiencias en los cinco continentes se unieron las palabras del Papa: “Os estamos dejando en herencia muchas riquezas, pero no hemos sabido custodiar ni el planeta ni la paz. Una nueva economía tiene que ser amiga de la tierra y de la paz entre los hombres. Hoy necesitamos una economía que dé vida”.
¿Podremos ayudar al hombre saqueando la tierra, perpetuando la inequidad entre personas y pueblos? No se trata de ayudar a los pobres con las migajas que caen del mantel. A los pobres hay que amarlos con un auténtico amor de promoción, capacitándolos y creando oportunidades de trabajo, promoviendo una economía solidaria en la que el centro de nuestra preocupación no sea el rendimiento economicista sino la persona humana, la dignidad de los más frágiles y vulnerables.
Un capitalismo salvaje, sin rostro humano, es decir, sin alma, ya sabemos a dónde nos lleva: a radicalizar los problemas que hoy padecemos (calentamiento global, violencia, pobreza, migraciones masivas, refugiados, polarización ideológica, guerra y amenaza nuclear). Un caos excesivo y letal.
El encuentro de Asís en torno al Papa tiene un valor profundamente simbólico. El hecho de que jóvenes de todo el mundo acudan al llamado del Papa y alimenten semejante inquietud me parece maravilloso. Ojalá que quienes detentan el poder, los dueños del dinero, comprendan el valorde semejante llamado. Porque más tarde será demasiado tarde.