Estamos en peligro grave no solo por la pandemia de coronavirus, sino por la otra –tan peligrosa y permanente- la crisis moral desatada por la ambición incontrolable de enriquecerse de la noche a la mañana, a base de las compras con sobre precio.
Ambicioso, según el diccionario de nuestro idioma es aquel que tiene ambición. También, aquel que tiene ansia o deseo vehemente de algo. Es natural y compresible que todos tengamos ambición; en la juventud, de ingresar a la universidad; luego, tener un buen trabajo; avanzando en los años, adquirir una vivienda propia, disfrutar un poco de turismo. En suma: vivir honradamente.
El daño a la sociedad deviene si llega la segunda parte: que alguien o algunos ansían conseguirlo de manera vehemente, es decir rápidamente o lo que se usa en la conversación diaria: de la noche a la mañana.
La mina de oro, para esta segunda aspiración, está en las compras con sobre precio, entendido que en ésas hay reparto de beneficios. La lista de sucesos de esta naturaleza hoy es tan copiosa que necesitaría páginas para escribirlas. Además, todos estamos en conocimiento, especialmente en los tiempos que requieren adquisiciones urgentes.
¿Quiénes las cometen? Ahora conviene recordar las lecciones sobre Psicología Jurídica que recibimos en quinto curso de la Facultad de Jurisprudencia, en 1950, U. Central.
Al perseguir su interés propio, la ambición puede ocasionalmente servir al interés general. Cuando el ambicioso posee audacia, no llega a la loca temeridad del jugador, y no se entrega totalmente al azar. El riesgo no le sirve sino como medio. La ambición es un deseo lento y continuo de elevarse por encima de los otros. No existe pasión que deje entrever mejor y que haga mejor resaltar la diversidad de temperamentos. En los ambiciosos se hallan todos los caracteres: unos son fogosos y violentos; otros, fríos y reflexivos; unos, son seducidos por la realidad del poder, otros no apuntan más que a las distinciones y a los honores; unos no persiguen sino el poder material; otros solo la dominación sobre las almas. La búsqueda de reputación, se denominó popularidad, moda, renombre o gloria. La ambición da las medidas de las almas y de las inteligencias; es noble o vulgar: baja o elevada según los casos. Se la denomina pasión devoradora para hacer notar sus efectos desbastadores en el alma que han hecho presa.
¿Qué hacer? Es hora de cambiar de actitud – siempre dentro de los límites de la ley- para controlar la pandemia moral. La justicia debe ser implacable con sus responsables. Como todos recuerdan, siempre el país ha tenido episodios de perjuicio a los bienes del Estado. Por nuestra cuenta, ampliamos el recuerdo destacando que este fenómeno adquirió caracteres graves en el gobierno del finado don Rafael.