Ha sido como una revelación. Luego de tres años y medio de incomprensión y desazón, finalmente entiendo qué es lo que dispara la intemperancia casi permanente del presidente Correa: la falta de sueño.
Estoy hablando en serio; déjenme les cuento. Desayunaba el jueves pasado con alguien que por el lapso de una semana venía durmiendo poco, un promedio de tres horas diarias, porque debía finalizar sí o sí un trabajo.
Cuando, ojeroso y algo pálido, el señor en cuestión se sentó a desayunar, yo comenté: “Ya estás con horario de Presidente” y él, sin ningún orgullo, añadió: “Y con carácter de Presidente también” (la noche anterior yo le había hecho notar una agresividad inusual que se estaba apoderando de él en los últimos días).
Intolerante, agresivo e impaciente: así se había vuelto este alguien de quien les hablo; por suerte estos adjetivos le calzaron solo temporalmente, pues un fin de semana en pijama, sin casi salir de la cama, acabó con ese mal talante repentino.
Intolerante, agresivo e impaciente: así se muestra el Presidente cada vez que habla -al menos en público-; lamentablemente ese parece ser su estado natural. Es lógico, lleva más de tres años sin dormir’
Y como mi teoría es que la falta de sueño trastorna a la gente, me atrevo a recomendar -comedidamente- al Presidente que por favor duerma, por el bien del país.
Quizá entre semana sea difícil; con el síndrome de ‘reunionitis’ que nos ataca a todos (supongo que más a quienes creen estar cumpliendo una sagrada misión revolucionaria), seguro de lunes a viernes tiene una agenda imposible.
Pero imaginémonos que el presidente Correa en lugar de dedicar tres o más horas cada sábado a solazarse en el escarnio público de los otros, a morirse de las iras con los malos de los periodistas, a hacernos un innecesario e interminable recuento de sus idas y venidas, destinara ese tiempo para dormir, o por lo menos descansar en su casa, con su familia. Sinceramente, yo creo que él sería más feliz, y por añadidura no nos haría tan infelices a nosotros.
Ya van a decir que soy una metida (y si la ley de Betty Carrillo estuviese aprobada, me meterían presa por acoso mediático), pero no. Es que la vida privada del Presidente, en este caso las horas que dedica a descansar, sí me incumbe; nos incumbe a todos, porque es un señor al que le estamos pagando para que conduzca bien a este país, pero ese genio que se carga seguro está influyendo mal en su desempeño.
No me invento nada; él mismo ha dicho públicamente que no es feliz, y quizá por eso se desquita con nosotros. No es justo. Como su mandante, le pido que duerma, que comparta más tiempo con su familia, que no nos eche tanta mala onda.
Duerma, señor Presidente, aunque sea los sábados.