Trato de seguir de cerca el desarrollo de la guerra en Ucrania. En el mismo paquete entra la crisis energética, la inflación e, incluso, el posible derrumbe de algunas economías. El último capítulo es la movilización ordenada por Putin de cerca de 300 000 reservistas y la amenaza de utilizar armas nucleares. El gran jefe ruso habla de “rusofobia” y expresa sentirse amenazado por fuerzas oscuras que intentan borrar a Rusia del mapa.
Los analistas políticos han dicho ya mil palabras. A mí me llaman la atención algunas cosas difíciles de entender. Esta historia viene de muy atrás. Me refiero a las políticas imperialistas de los zares, los soviets y, ahora, las nuevas élites, insaciables y hambrientas de poder y de dinero, dispuestas a sacrificar la paz y, con ella, la vida de millones de jóvenes de dentro y de fuera que no son más que carne de misil. Si París bien valía una misa, la gran Rusia bien vale un rosario de cadáveres. Importan, sobre todo, el gas, el petróleo, las materias primas, la tecnología, el comercio de las armas, el dinero y, en definitiva, el becerro de oro al cual todo se somete, incluida la vida humana.
Puede que sean muchos los rusos que no quieran esta putinada loca y amenazante. Pero, si somos sinceros, puede que sean muchos más, en cantidad y en capacidad de poder, los que sí la desean, identificados con las políticas imperiales del Kremlin. Lamentablemente la rentabilidad tendrá la última palabra. La invasión de Crimea anteriormente y ahora la de Ucrania tienen un precio que nunca pagarán los jerarcas ni sus hijos, sino los pobres de la Santa Rusia.
Me duele Putin, me duelen los intelectuales rusos que justifican la invasión de un país soberano, me duele el Patriarca Kiril que bendice los tanques en nombre de Dios y me duele, sobre todo, el pobre pueblo oprimido y manipulado, con olor a soldadito de plomo. Me duele la falta de ética y que, a estas alturas de la historia, después de tantos dolores, estemos en la cuerda floja de una tercera guerra mundial.