En su estupenda autobiografía titulada “Life”, el genial guitarrista de los Rolling Stones y conocido consumidor de drogas, Keith Richards, se refiere a algunos de sus amigos drogadictos como “gente dulce y gentil” que “lleva una vida muy civilizada”. Muchos “no son como se esperaría que sean los adictos” y “por cada uno que encaja en el estereotipo del “drogo”, puedo señalar a otros 10 que llevan vidas perfectamente ordenadas”. La traducción es mía.
Pero parece que la sociedad tiende a exagerar tanto la cantidad de “drogos”, como los efectos nocivos de las drogas en sus vidas.
Según el Reporte de las Naciones Unidas sobre Drogas (2012), apenas el cinco por ciento de la población adulta mundial consumió una droga ilícita al menos una vez durante el último año. De esa cifra, apenas un 10% constituyen casos “problemáticos” que suponen dependencia, desórdenes de salud y enfermedades derivadas del consumo. Heroína, cocaína y otras drogas sintéticas son las responsables de la mayor cantidad de problemas de salud y muertes, pero apenas un 24% de los “drogos” las utilizan. La gran mayoría de ellos (76%) básicamente usan marihuana que es, por mucho, la droga más popular del mundo y la que menos problemas de salud y muertes acarrea.
Para poner en perspectiva estas cifras hay que señalar que los usuarios de sustancias adictivas lícitas como alcohol y tabaco superan en 8 y 10 veces respectivamente a los usuarios de drogas ilícitas, a la vez que el consumo “excesivo” de alcohol es ocho veces mayor al consumo “problemático” de drogas. Se estima que heroína, cocaína y otras drogas matan a alrededor de doscientas mil personas al año, mientras que el consumo de alcohol y tabaco mata a 2.5 y 5 millones de personas respectivamente. Vale también mencionar que las 10 enfermedades más mortales liquidan a más de 30 millones de personas al año alrededor del mundo, y cualquiera de ellas individualmente mata a más personas que todas las drogas ilícitas combinadas.
Por otro lado, el consumo de drogas se ha estabilizado en los últimos años, mientras el uso de cocaína y heroína se encuentran en franco decrecimiento, especialmente en el mundo desarrollado.
Esta realidad no parecería justificar una inútil “guerra global contra las drogas”, que hoy se sostiene sólo bajo justificaciones puramente moralistas de quienes temen una -poco probable- epidemia de adicción si se legaliza el consumo. Aun si la legalización duplicara el consumo “problemático” de drogas, este alcanzaría apenas al 1% de la población, asunto con el que habría que lidiar como un problema de salud pública.
Ciertamente la humanidad enfrenta hoy amenazas mucho más acuciantes que una eventual proliferación de drogadictos. Vale dar a Richards el beneficio de la duda y presumir que la mayoría de “drogos” no representan un peligro para la sociedad y que algunos incluso resultan ser individuos muy talentosos.