La densa obscuridad de una escala moral invertida en la que la corrupción ha desplazado a la honestidad ha dado continuidad a un inacabable trajín de hechos dolosos que zahieren a los espíritus dignos de la mayoría de ecuatorianos.
Felizmente el heredado brumoso quehacer putrefacto delincuencial ha sido desvanecido por ráfagas destellantes de dignidad impulsadas por individuos que han bregado, para erguir a la honradez como sustento de vida, así lo hicieron los que ya trazaron senderos luminosos límpidos y transparentes para dejarlos como legados de corrección.
La inexorable parca ha separado de esta existencia a dos seres extraordinarios: los doctores Wilfrido Lucero Bolaños y Enrique Echeverría Gavilánez, jurisconsultos brillantes, inteligentes y sobre todo honestos.
El doctor Wilfrido Lucero abogado y político carchense, ocupó desde su temprana juventud dignidades de elección popular, en todas ellas sobresalió por su espíritu democrático, integridad, capacidad, inteligencia, valentía y honestidad intelectual y política. Severo enemigo de las dictaduras, luchador de voluntad férrea, venció difíciles y graves dolencias y pese a sus altas dignidades: 3 veces presidente del Congreso, una del Parlamento Andino, 5 veces diputado, alcalde, prefecto, caracterizó su vida por una digna y proverbial transparencia y honestidad.
Sobre bases firmes indestructibles de decencia incorruptible se afirmó la existencia resplandeciente del doctor Enrique Echeverría Gavilánez, extraordinario profesional de las leyes, intolerante absoluto de la corrupción judicial, amante del periodismo constructivo y franco, claro en las palabras y opiniones, defensor permanente de los pobres y necesitados, estudioso, gran señor, editorialista generoso en humanismo y solidaridad, inteligente gozó del amor familiar y de la camaradería, de la alegría y del humor de la bien cultivada amistad.
Se han alejado sus luces y, aunque distantes, se mantendrán como guías de integridad y honor.