En el Ecuador, el ingreso está distribuido con bastante injusticia. Y, aunque ha mejorado en la última década, la cosa sigue estando bastante mal. Pero considerando que en algunos países de América Latina la situación es aún peor, podríamos decir que en nuestro país tenemos una distribución mediocre.
Es complejo medir el tema de la distribución y aún más complejo entenderlo. De la escasa información que hay, se podría decir que en nuestro país la injusticia en la distribución empeoró durante los años 90, para llegar en 2001 a su nivel más malo. A partir de ese año, la distribución mejoró rápidamente hasta el 2006 y luego, en números redondos, se estancó.
Son tres la fuentes que describen esta misma evolución: el Siise (una institución del gobierno), la Cepal (dependencia de Naciones Unidas) y varias publicaciones de Juan Ponce, un profesor de Flacso.
Para que la distribución mejore se necesita que el ingreso de los pobres crezca más rápido que el de los ricos. Todo indicaría que en los años 90 eso no sucedió y que más bien el ingreso de los más pobres estuvo estancado, mientras que los ricos mejoraban su nivel de vida.
Pero entre 2001 y 2006 parecería que la tendencia se revirtió y el ingreso de los pobres creció más rápido que el de los ricos. Esto no significa que los pobres dejaron de serlo o que los ricos se volvieron pobres. Significa, simplemente, que la distancia se redujo.
Finalmente, desde el 2006, la brecha virtualmente no ha cambiado (empeoró en 2007, mejoró en 2008 y ahí se quedó).
En este punto, la pregunta es por qué en unos años subió y por qué en otros años bajó. La respuesta no es fácil y sólo se puede presentar algunas hipótesis. La primera es que en años de buen crecimiento económico, la desigualdad tiende a caer y que en años de estancamiento, tiende a crecer. El buen crecimiento, si crea empleos abundantes, termina haciendo que los sueldos suban y eso beneficia a los que tienen una remuneración fija.
Las épocas en que la distribución empeoró coinciden bastante con las épocas de alta inflación. Parece evidente que los más pobres no tienen mecanismos para defenderse de los estragos que produce el aumento de precios.
Curiosamente, la crisis bancaria de 1998 y 1999 parece haber causado menos daño (en la distribución del ingreso) que la alta inflación de 2000 y 2001. Podría decirse que la primera nos empobreció a todos, mientras que la segunda afectó desproporcionadamente a los pobres.
Es notable que desde 2006 la brecha casi no haya cambiado, sobre todo si se considera el aumento en los impuestos (a los más ricos) y el disparo en el gasto del gobierno (supuestamente dirigido a los pobres). Parecería que poner tanto énfasis en distribuir y tan poco en crecer no da buenos resultados.