Aparto mi pensar de la Asamblea de delincuentes probados y confesos; de los carros de lujo robados a discapacitados; de prefecta y alcalde condecorados con grilletes; de la reunión del Concejo del que huye el rebaño correísta, en apoyo a la corrupción flagrante; de retorcidas y sucias complicidades.
Recuerdo cuadros de mujeres cargadas de ternura, sensuales, conversadoras, amigas íntimas sobre el canapé, de manguitas de encaje y cordones de seda en los cuellos de gasa, y me deleito en su pasado femenil, en ese no sé qué de inalterable, que no proviene de las poses detenidas, ni de la dualidad expresada con líneas inocentes, como para mostrar la íntima división ignorada por ellas y ellos mismos.
Intemporalizadas con su pelo de rizos provincianos, sus boquitas de labios íntegros, sus pestañas distantes, su cómodo sillón y sus pasiones detenidas en el coqueteo o en el suave reposo del amor. Ellas en primer plano: ¿no es, acaso este el orden apaisado del mundo? Ellas, en su milagro diario, en su sentido común.
Mujeres de hace tiempo. Que conocen el largo y lento placer de conversar frente a frente, de murmurar sobre otras mujeres, de comunicarse desvelos, angustias y alegrías. Sugieren, desde el cuadro, pasiones, redondeces y gozos tras cortinas a rayas, que esconden y protegen. Recostadas sobre almohadas de florecitas relucientes orladas de pétalos sin florecer ni marchitarse, se cubren de sábanas secretas, plisadas en el embozo de viejo lino ensimismado; ellas, ellos constituyen un mundo cuyo encanto perdido el cuadro nos permite reconquistar, sin que nos cueste algo más que una mirada, una sonrisa, el esbozo de una inquieta, transparente nostalgia que pugna por entristecernos y no alcanza a lograrlo, melancolía huyente como un ángel tras los pilarcitos tallados del espaldar de la vieja cama, viva en la greca secreta del cuellito de encaje ‘quipiur’ tejido por la abuela, otra mujer de antaño…
Ellas delante y cerca, ¿no es acaso este el orden? Su dominio terreno, su pisar en lo cierto. Ellas, sus certezas, sus intuiciones magníficas, magnánimas. Sus concesiones, mientras ellos, detrás, persiguiendo el pasar femenino, lucen en la corbata anudada en lo alto de la nuez, en el bigotito que se cortó pensando en ellas, en la ondulada cursilería de su pelo antiguo, el esplendor que de ellas proviene. Es curioso que las miradas femeninas no se detengan en la pareja, en la amiga, en la almohada; que manifiesten cierta ausencia superior, sabia mirada presuntuosa, temida y adorada, e invadan el dorado ambiente como una semilla de separación hasta disipar la sensualidad acosadora y dulcificar el ámbito en el que ellos anhelan irrumpir y apenas alcanzan a añorar. Sobre el rostro masculino se insinúa un antifaz veneciano. ¿Otra forma de esconder la debilidad, no la fuerza? El arte está contra la impávida grosería de los delincuentes; que mañana los expulsemos e iniciemos el oficio incomparable de vivir para los demás honrada, bellamente.