Hay que convenir que la paz siempre es una buena noticia. El proceso iniciado por el gobierno colombiano para dar por terminado el conflicto con la guerrilla más antigua del continente, que ha causado zozobra y destrozos por más de media centuria, está arrojando ciertos frutos. Se acaba de firmar un cese al fuego bilateral para luego llegar a una etapa de desarme que deberá ser verificada por las Naciones Unidas. Más adelante vendrá la fase de ratificación por la población a través de un plebiscito. Pero este camino está aún acechado por enormes dificultades. Para nadie es desconocido que los insurgentes financiaban sus operaciones a través de prácticas criminales como el narcotráfico y el secuestro.
¿Desaparecerán esas actividades por la mera existencia de un acuerdo? ¿Renunciarán esos excombatientes, que por décadas han vivido en la clandestinidad y han hecho del monte su hogar, a controlar un negocio que les ha dejado inmensos recursos? ¿Qué pasará una vez que se rompa la cadena de mando de ejército irregular? Los problemas no terminarán allí. Otras agrupaciones guerrilleras aún están activas y se nutren de la misma forma proterva que lo hace la facción inmersa en las negociaciones. ¿No será atractivo para muchos que han hecho de la guerra su manera de vida incorporarse a los aún alzados en armas?Otro elemento a considerar es cómo gran parte de los colombianos asimilarán este tema, si por ahí se desliza un tufillo de impunidad. Si los cabecillas de lo que fue un azote para Colombia no reciben sanción por sus crímenes, la herida difícilmente cicatrizará. Se dirá que podría ser el precio de la paz y que siempre ese hecho sería mejor a que el desangre continúe. Por ello la trascendencia de lo que se habrá negociado, para que el acuerdo sea aceptado sin resistencia por la sociedad colombiana y rija a plenitud en todo su territorio.
Para Ecuador la situación en sí configura un escenario del cual no habrá cómo descuidarse.
Siempre existirá el riesgo que ex guerrilleros desmovilizados deseen continuar con un negocio millonario que, al final, termina por contaminarlo todo. Por eso es necesario permanecer alertas, con unas fuerzas armadas disciplinadas y profesionales, debidamente equipadas, con capacidad de respuesta ante las amenazas. Ventajosamente nuestros soldados se han mantenido vigilantes de nuestras fronteras y no desconocen de los peligros que se ciernen sobre nuestro territorio.
Hay que hacer votos para que la negociación culmine con éxito. Que la paz sea una realidad en el hermano país. Pero no por ello pecar de ingenuidad y pensar que las cosas serán fáciles y que no existen aristas preocupantes que puedan empañar el proceso. Colombia ha vivido en una guerra fratricida que le ha impedido avanzar en su lucha contra la pobreza y las desigualdades.
Quizás el cierre de este capítulo sea el arranque de una nueva etapa, en la que los colombianos puedan progresar en paz y armonía. Su pueblo se lo merece.
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