Mientras no se tenga una poderosa sociedad civil compuesta de ciudadanos y ciudadanas capaces de vivir plenamente su libertad e independencia, de ejercer con sabiduría y equilibrio sus derechos y sus deberes, será necesaria la presencia de un tercero, el Estado, que nos facilite convivir por medio de instituciones y normas adecuadas, pero no a punta de fusil.
La mala noticia es que en vez de avanzar hacia una sociedad consciente que deje de requerir el estado, se amplía la sociedad irresponsable, despolitizada, violenta e inconsciente, por ejemplo, de que lo público es de todos y que debemos cuidarlo. Hay más dementes que manejan sin control en las avenidas y carreteras; hay más sucios que se orinan en las esquinas o arrojan la basura en las calles; hay más corruptos que van a un cargo público a robar o a calentar una curul en la Asamblea a ganar sin hacer nada; hay más femicidas, sicarios y asesinos sueltos; hay más ricos ricos que nunca pagan los impuestos; hay más feligreses y clientelas que apoyan a algún nuevo aventurero o mesías que quiera ser alcalde o presidente.
La debilidad social evoluciona a una situación de descomposición acelerada por la codicia y ambición desmesurada de unos pocos con inmenso poder e individualismo extremo; por la falta de empleo, crecimiento de la pobreza, la ninguna o mala educación, el reclutamiento de más gente a las filas del narcotráfico y del crimen organizado, y a la acción de un estado irresponsable que no invierte en lo social, autoritario e ineficiente que ha sido dinamitado por dentro por élites y oportunistas de otras clases sociales, que lo han usado o saqueado para favorecer sus particulares intereses. Mutilado por los prestamistas e infiltrado por las mafias.
En tales circunstancias, los sectores ciudadanos democráticos que quieren que el país sea salvado, tienen que luchar y establecer una estrategia para organizar, educar y ciudadanizar la sociedad y construir un nuevo estado, democrático, intercultural y redistribuidor.