Varios comentaristas han reaccionado indignados, y con razón, ante el hostigamiento a las Fuerzas Armadas perpetrado por el anterior régimen en su ciego afán de someterlas a sus intereses ideológicos, como hizo con los demás poderes e instituciones del Estado. Hoy, frente a los ataques narcoterroristas en la frontera norte -que han derramado sangre de soldados ecuatorianos y que mantienen en vilo a la sociedad ante el secuestro de tres periodistas de este Diario por parte de fuerzas irregulares colombianas-, se han hecho evidentes sus nefastas consecuencias.
Pero ¿y la Cancillería? ¿Acaso se puede ignorar la sistemática destrucción del Servicio Exterior de carrera con iguales propósitos?
Desde la promulgación de la Ley Orgánica del Servicio Exterior de 1964, la diplomacia profesional ecuatoriana consolidó un sólido prestigio entre las mejores de América Latina. El establecimiento de la Academia Diplomática en 1987 contribuyó posteriormente a ello. Sin embargo, ante el estupor de otras cancillerías, el líder máximo del eficaz equipo de demolición verdeflex insultó, micrófono en mano, a los funcionarios de carrera, tildándolos de “momias cocteleras”.
¿“Momias cocteleras”? ¿Cuáles?
¿Los neo-diplomáticos del régimen que traficaron droga en la valija diplomática? ¿Los que sometieron la política exterior del Estado ecuatoriano a alianzas con regímenes extranjeros afines a sus intereses partidistas? ¿Los que montaron de la noche a la mañana una burda ficción de golpe de Estado para tratar de engañar a la comunidad internacional? ¿Los que, contrariando su propio postulado soberanista, llenaron la Cancillería de asesores extranjeros? ¿Los que maquinaron el asilo de Assange para ocultar la persecución implacable, puertas adentro, contra la prensa y la libertad de expresión? ¿Los que soslayaron que el asilo es, en mi opinión, un derecho intuito personae que no debe responder a los intereses corporativos de ninguna entidad? ¿Los que ignoraron que el asilo no es un derecho absoluto, por lo que el hacker australiano estaba obligado a no emitir opiniones que afectaran los intereses del Ecuador y sus relaciones con otros países, al punto de haber sido calificado por uno de ellos de “pequeño miserable gusano”? ¿Los que luego, en una torpe y frustrada maniobra escapista, otorgaron a Assange la nacionalidad ecuatoriana y le extendieron un nombramiento diplomático rechazado por el gobierno de Londres, cuando lo procedente era, y es, retirarle la concesión del asilo por haber irrespetado obstinadamente sus normas? ¿…?
En fin, demasiado atropello al Servicio Exterior de carrera y a las Fuerzas Armadas, pilares fundamentales de la defensa externa, de los derechos permanentes de la nación y de su integridad.
Los responsables políticos deben ser juzgados por la historia y asumir las consecuencias.