Con características frases castellanas, Joaquín Almunia lo ha expresado de manera muy directa; Almunia es el vicepresidente de la Comisión Europea y le tocan las funciones de Comisario de la Competencia dentro del bloque europeo.
Él ha dicho: “La corrupción política debe ser combatida por todos los medios; no se puede convertir en un lodazal”. Y también ha agregado: “Cuando miro a mi alrededor y sigo lo que está pasando en España me produce una enorme tristeza, un gran enfado y amargura el que por ejemplo al encender la televisión y ver los noticieros, las primeras cinco, seis o siete informaciones sean siempre de casos de corrupción, que afectan a gente de diferentes partidos y de distinta condición”.
Ciertamente han sido palabras duras pero necesarias que deben admitir forzosas excepciones, para no caer a su vez en extremos de injusticia, ya que sí existen personajes y tendencias que se libran de la tacha, pero si se mira la realidad ecuatoriana, ya instalado el país en el tobogán que se orienta a las elecciones generales, ha de reconocerse que ‘saltan como canguiles’ según la expresiva frase popular. Debatan candidatos, los ejemplos de las denunciadas irregularidades de toda índole, desde las compras de medicinas para combatir el temible dengue, que han sido llamadas por un ex Ministro de Salud, como ‘escandalosamente caras’, hasta el hacinamiento en las cárceles con funestas consecuencias.
La competencia cívica ha resultado muy breve en el tiempo, pero no obstante esta circunstancia ha dado ya ocasión para que desde diversos ángulos y estilos, se precise lo extraño de las tareas desenvueltas por los varios aspirantes a la Presidencia y la Vicepresidencia, empezando por la aspiración de Rafael Correa de lograr la reelección a período seguido, lo que implica el complejo asunto de los medios de comunicación masiva, que ahora están bajo el control del Ejecutivo.
En esta misma línea, la peor de las novedades ha sido la falta de los debates, esencialmente necesarios para que la ciudadanía forme su criterio y, de acuerdo con este, acuda a depositar su voto .
Pero con cercanía y todo, si se quiere lograr un ejercicio reflexivo, responsable y maduro de la democracia –máximo valor de la vida cívica– no es factible ocultar la obligación que, en primer lugar, corresponde al Consejo Nacional Electoral, de organizar el imprescindible debate, en igualdad de condiciones y con la más acrisolada imparcialidad acerca de todos sus detalles.
Los propios candidatos deberían ser los más fervorosos partidarios del debate y los múltiples órganos por donde se manifiesta el sentimiento colectivo, los que no pierdan un minuto en el empeño de ofrecer a la gente una ocasión objetiva y valedera de apreciar las capacidades, los antecedentes, ante todo las propuestas concretas y las probabilidades de llevarlas a la vida tangible, según lo que una multitud siempre ilusionada y frustrada con lamentable frecuencia, tiene perfecto derecho a esperar.