En un video dirigido al pueblo de EE.UU., el voluminoso tirano de Caracas amenaza a Mr. Trump con desatar un Vietnam si llega a invadirlo para apropiarse del petróleo, dice, con el pretexto de defender la democracia. En realidad, Maduro está advirtiendo al mundo que él y su banda de criminales con charreteras prefieren hundir a su pueblo en un infierno de sangre y fuego que entregar el poder.
¿Por qué son más obstinados y peligrosos estos sátrapas que los tradicionales dictadores militares caribeños, tipo Pérez Jiménez o Batista, quienes llenaban las maletas con dólares y huían a un exilio dorado? Pues porque el bolivariano Chávez y la inteligencia cubana les inculcaron un destino histórico glorioso y una consigna: ¡Patria, Socialismo o Muerte! Ese destino les lava todas las culpas, todos los robos, torturas y asesinatos. Dado que la revolución socialista tiene un eterno enemigo: el imperialismo yanky, pues este es el responsable de la ruina económica, de los 3 millones de migrantes, de la caída del precio del petróleo, del cáncer de Hugo Chávez y de los huracanes del Caribe.
Al unísono, las ramas correísta, kirchnerista, lulista y boliviana de lo que alguna vez fue la izquierda latinoamericana comparten esta explicación, que es la misma que ha esgrimido Cuba durante 60 años. No importa cuánto daño hayan causado a sus respectivos pueblos, ellos son los buenos, ellos son “infinitamente superiores que el enemigo”, como suscribió Fander Falconí. Ellos y sus aliados, empezando por Vladimir Putin y siguiendo por tiranos de la talla del turco Erdogán y los ayatolas de Irán.
Entonces, que decenas de países reconozcan al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, es injerencia externa porque se trata de títeres de Mr. Trump, empezando por Lenin Moreno (no así la presidenta de la ONU y el Papa peronista, quienes jamás cuestionan la barbarie del chavismo). Pero que el G-2 cubano controle a las Fuerzas Armadas Venezolanas y que la flota rusa haga maniobras con la Marina en mar venezolano y que aterricen dos bombarderos nucleares y uno privado para llevarse el oro, eso no es intervención sino solidaridad revolucionaria, tan bienvenida como los cientos de mercenarios rusos contratados para dar seguridad a Maduro, que empieza a desconfiar de sus propios soldados.
Para los demócratas de América Latina no es fácil de digerir el apoyo a Guaidó de un personaje como Trump, quien ha convertido el muro contra México y la migración centroamericana en el eje de su política. Pero no se trata de elegir entre Putin o Trump sino de apoyar al 80% de venezolanos que anhelan libertad y recuperación económica. Y en cuanto a la muletilla del oro negro, resulta que la quebrada Cuba necesita mucho más del petróleo casi regalado de Venezuela que EE. UU., que acaba de convertirse en el primer productor mundial de crudo.