En el último trimestre del 2022, la economía ecuatoriana fue 4,3% más grande que en el último trimestre del 2021. Un crecimiento anual de esa magnitud no es nada despreciable, pero, de alguna manera, los ecuatorianos no lo sentimos y más bien tratamos de convencernos que estamos mal, mal y empeorando.
¿Por qué? Pues a continuación un par de hipótesis para explicar esta paradoja pero, sépase desde ya que la más plausible es la del escaso empleo.
La contradicción es más evidente si se contrasta ciertos hechos evidentes con el pesimismo reinante en el país. El tremendo tráfico que estamos soportando en todas las ciudades habla de una economía donde la gente quiere moverse y no de una contracción. Los restaurantes llenos y los bares a reventar hablan de una economía en la que, al menos, hay plata para la diversión.
Pero claro, a los conductores atrapados en ese terrible tráfico no es raro que los asalten y a los jóvenes que se divierten en las noches no es raro que les roben o que les pasen cosas peores. Y eso desinfla cualquier atisbo de optimismo.
Y el clima que no ayuda, ni anímicamente (siempre es bonito ver los rayos del sol), ni por la destrucción que está causando un invierno inusualmente duro, con barrios inundados, carreteras destrozadas y puentes que “se van”. Tampoco aporta al optimismo general el pensar que una central hidroeléctrica mal construida podría “irse” y dejarnos a todos a oscuras.
Pero el principal generador de pesimismo es un mercado laboral que no genera, ni de lejos, suficiente trabajo para que los ecuatorianos se sientan mejor. El buen crecimiento ya mencionado se da en varias sectores de la economía, pero no en agricultura, ni en industria y menos en construcción, que son tres de los sectores que más puestos de trabajo crean. Crecemos, pero sin que haya más empleos. Y eso, el sentir que mucha gente no puede producir porque no tiene trabajo, eso hace que nos invada el pesimismo y que no veamos ese importante crecimiento.